El proyecto político neoliberal, a partir de 1982, fue demoler las instituciones emanadas del movimiento armado de 1910. Si bien ya se había intentado, en sexenios anteriores, vulnerar el designio revolucionario, no es sino hasta el sexenio presidencial de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) cuando detona la ofensiva de desmantelar todo vestigio del pasado para construir una nueva realidad política en México acorde al pensamiento globalizador-neoliberal.
En esa dirección, la tarea esencial era demoler el viejo edificio del sistema político mexicano para dar paso a un nuevo sistema político basado, ya no en la ideología de la revolución mexicana sino en la ideología del mercado. A final de cuentas Salinas de Gortari no pudo con dicha encomienda. El costo fue: los crímenes de Estado, represión y una economía en vilo. Este tsunami dejó la herencia de un edificio político con muchas fracturas, a punto de derrumbarse.
Sin embargo, el expresidente, sí logró fundir a los partidos políticos, PRI y PAN, con visiones diferentes, aunque ya coincidentes, en una posición de derecha. Sus diferencias, hoy día, solo se reducen, a lo lógico-formal. Ya la metamorfosis está cristalizada y la “coalición” es una apariencia fenoménica... bien le haría a la paradoja de la democracia mexicana que dichos partidos políticos formaran uno nuevo para embonar en el mapa de la coyuntura mundial y nacional.
Lo antes expuesto tiene un sentido. Como “coalición” el PRI y el PAN “justifican” su añeja alianza para enfrentar los riesgos de una dictadura en la persona de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), presidente de México. Esto no es así. La desglobalización económica y la pandemia, en la coyuntura actual, arrojó el fenómeno del “nacionalismo”. Este hecho está siendo aprovechado por varios países del mundo entre los cuales está México. El estilo personal de gobernar de AMLO estriba en el combate a la corrupción, el disminuir la pobreza a través de los programas sociales y una audaz comunicación política. Nociones como “comunismo”, “socialismo”, “totalitarismo” y hasta el “absolutismo” se encuentran fuera de servicio en las condiciones materiales de existencia de hoy día. La pregunta para la derecha es: ¿Qué hacer?
Morena ha tomado la decisión, una vez definida a su candidata a la presidencia de la república, Claudia Sheinbaum, de abrir las compuertas del partido para permitir el ingreso de nuevos militantes y simpatizantes, así vengan de cualquier partido. La estrategia es ampliar las bases sociales y obtener el mayor número de votos en la contienda electoral del 2024. El plan “C” es consumar la mayoría calificada a fin de permitir las reformas constitucionales en el tenor del proyecto político de la Cuarta Transformación (4T).
El trasiego de Morena tiene enormes riesgos ya experimentados en el pasado. Dicho movimiento es posible ya que está la amenaza del “factor Ebrard” y, desde luego, todos los recursos sorpresivos a emplear por el Frente Amplio por México. Morena, por ahora, puede darse el lujo de invitar ciudadanos de todas las ideologías posibles, pero deberá enfrentar el entuerto cuando después de las elecciones del próximo año decida ser un partido político hecho y derecho. Recordemos que el salto del movimiento a partido político no es fácil. El PRD no lo soportó.