El saludo.
Querida “República”: el progreso no está peleado con la moderación; esa virtud a la que el filósofo latino Séneca aconsejaba recurrir tanto en el gozo, como en el dolor.
Entiendo que te resulte difícil asimilarlo, porque de un buen tiempo para acá una gran mayoría de tus gobernantes —paradójicamente— dejaron de gobernar para todos. La razón: no viven ni valoran el equilibrio y, más aún, olvidaron que la política es moderación.
El mensaje.
Hacer política es “poner en común”; es aproximar extremos y ser capaz de anteponer prioridades comunes.
Así lo han sostenido innumerables pensadores como Aristóteles o Cicerón al aludir al equilibrio, al punto medio y la moderación como guía del buen gobierno; y así lo han olvidado otros tantos al probar “las mieles del poder”.
Gobernar para todos, suena a obviedad en un Estado democrático como el nuestro —al menos constitucionalmente—, pero no lo es.
Suena obvio preferir la conciliación a la confrontación, la paz a la violencia, la continuidad a la ruptura, el orden al caos, el Estado de Derecho a la ingobernabilidad, la tolerancia a la intransigencia, pero no para todos.
En otra lógica y en otro extremo se conciben los sistemas aristocráticos y los regímenes autoritarios, al sembrar la desigualdad como virtud y al excluir al que piensa diferente —al “adversario”— como eje ideológico y político, respectivamente.
Estos últimos se alimentan de gritos que ensordecen, de populismo y de popularidad, de narrativa y manipulaciones, de posiciones extremas que desdibujan el centro, de afanes desmesurados de poder que ahogan —incluso— su propia voluntad de servir.
El mensaje de la presidenta Claudia Sheinbaum, con motivo de su primer informe de gobierno, reveló algo más que avances y prioridades de su administración; algo más que su optimismo desmesurado, la ausencia de autocrítica o la falta de políticas públicas estructurales y medibles.
A poco menos de 12 meses de haber asumido el cargo, la unidad nacional sigue siendo un elemento ausente en su mensaje; los llamados a la reconciliación y aproximación entre mexicanas y mexicanos, pueden esperar.
La narrativa anclada en el pasado, en la confrontación con sus adversarios —imaginarios y reales— y en la popularidad que poco resuelve, siguen siendo la tierra fértil del oficialismo.
De fondo y de forma, siguen sin entender que hay mucha ciudadanía y mucho México, más allá de su partidocracia.
La despedida.
Querida “R.”: bien harás en consumir los discursos políticos, al igual que cada una de mis cartas, con moderación.
La firma.
Tu amigo: “El Discursero”.
P.D. En espera de una próxima carta, deshazte del sobre amarillo.