El saludo.

Querida “R”: hay muchas cosas difíciles de aceptar en la vida; entre ellas, los errores, las derrotas y las victorias.

Hacerlo, demanda un profundo ejercicio de introspección, acompañado de un “piso mínimo” conformado por la humildad, la autocrítica y la tolerancia; pero también de un pensamiento claro, capaz de entender que tus errores y derrotas pudieran acompañarse de los aciertos y las victorias de otros (y viceversa).

Créeme, si logras asimilarlo facilitarás tu tránsito por el camino del aprendizaje, de la democracia, de la competencia y de la vida misma.

El mensaje.

Hay algo que debes tener siempre presente: no es fácil aceptar la realidad, cuando esta no se adapta a tu sistema de pensamiento.

Vivir en democracia, por ejemplo, implica aceptar la posibilidad de triunfos y derrotas sin estadios permanentes.

Entender que somos distintos, pensamos, sentimos y votamos diferente para, sobre esa base, alimentar un ideario y un trabajo colectivo que, guiados por un proyecto de nación —con su necesaria división de poderes y contrapesos—, nos permitan trazar juntos el devenir de “La Cosa Pública”.

Aquí es importante precisarte algo: no basta con aceptar que somos diferentes y descansar en la pasividad; la aceptación es construcción de equilibrio, armonía y posibilidad.

La aceptación, en sentido pleno, reclama magnanimidad tanto en la victoria como en la derrota. Silencio para escuchar la voluntad de la mayoría; escucha para abrir espacio a la reflexión; voz para “poner en común” y convencer al otro (que es propiamente “vencer con el otro”), abrazando la realidad. Y, algo fundamental, responsabilidad por parte de unos y otros —de ganadores y perdedores, de mayorías y minorías del momento—.

Porque convivir dentro de una cultura nacional que nos cobije a todos sí es posible; lo es, aceptando la pluralidad y la diversidad de nuestros modos de ser, de pensar y de vivir; lo es, dejando de lado las afirmaciones absolutas para darle paso a las ideas discutibles que encaminan el diálogo; lo es, aceptando que valores como la democracia, la libertad, la justicia o el Estado de Derecho no son la lucha de unos, o la batalla de pocos: son patrimonio de todos.

Es tiempo de aceptación y reconciliación, en la victoria y en la derrota. Hagámoslo recurriendo a ideas claras como las de Voltaire: “no comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

La despedida.

Querida “R”: en el camino de tu “escuela cívica” queda mucho por reflexionar, aprender, corregir y aceptar.

No pierdas tu paz por el disenso de otros en casa, en la escuela, en el trabajo, en el gobierno, en las redes o en los medios; ni permitas que aquellos que se favorecen del encono, te transmitan sus ansias de división.

En vez de ello, reconoce que la realidad no siempre se adaptará a tu sistema de pensamiento; de esa manera serás capaz de hallar tu equilibrio para coincidir y disentir, dentro del diálogo, y contribuirás a sanar “La Cosa Pública”.

La firma.

Tu amigo: “El Discursero”.

P.D. En espera de una próxima carta, deshazte del sobre amarillo.

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