El saludo. Querida “R.” Lo menos que pretendo con esta carta es cambiar tu estado de ánimo. Siempre me gusta imaginarte alegre, libre y soberana, manteniendo intacta tu capacidad de asombro para apreciar todo lo bueno de la vida. Desgraciadamente, no puedo decirte lo mismo de “La Cosa Pública”: de un tiempo para acá, la percibo enojada, muy enojada.

El mensaje

Podrás decirme que su enojo viene de mucho tiempo atrás, que no recae en una persona, ni tampoco en una generación; y tienes razón. Lo hemos alimentado por años, con agresiones, omisiones e indiferencias, al punto de llevarla a un estado casi disfuncional.

Este movimiento del ánimo lo han aprovechado unos y otros, tanto para mantener irritada -y, por ende, controlada- a su base social, como para descalificar personas, ideas y opiniones. El resultado es siempre el mismo: la cerrazón y la intransigencia que cierran espacios al diálogo y la razón.

A fuerza de campañas y gobiernos, hemos aprendido que sembrar el enojo es útil para llegar a la cima de “La Cosa Pública”; pero también hemos visto cómo quienes conducen sus destinos desde el enojo se extravían en el desgobierno.

El “enojo estacionario” lleva tiempo conviviendo con nosotros vestidos de polarización: de días oscuros y de oscuras mañaneras; de violencia y narcocultura; de la “convivencia normalizada” entre el poder político que amenaza y el poder delincuencial que mata; de las alianzas perversas y de los siervos de la ilusión; de los doscientos pesos que no alcanzan para vivir y de los múltiples actos de corrupción que siguen alcanzando para mentir.

Y, como ya lo habrás notado a estas alturas, es una enfermedad agravada en tiempos electorales. Es el enojo que se desdobla en exaltación desproporcionada y desbordada; lo mismo en candidatos capaces de agarrar a machetazos la osamenta de una cabeza de vaca -literal- para anunciar su próxima venganza política, que en “youtubers” (falsos ídolos) dispuestos a descargar sus traumas golpeando a una mujer.

Por lo pronto, y ante tanta sinrazón, te recomiendo que acudas al silencio, la reflexión y la introspección; y ríe, por favor ríe mucho.

Recuerda que no se debe actuar desde el enojo, elegir desde el enojo, votar desde el enojo, ni tampoco gobernar desde el enojo. Y, si te resulta oportuno, recuerda con Thomas De Kempis que “fácilmente estará contento quien, de verdad, tenga la conciencia limpia”.

Si bien el enojo se adueña cada vez más de “La Cosa Pública”, provocando la falta de unidad entre quienes deberíamos tenerla, no todo está perdido. Buscar el equilibrio, apostar por la razón y la congruencia individual debe ser nuestra lucha cotidiana y, a su vez, es nuestro mayor poder en lo colectivo, para sanarla.

La despedida

Querida “R”, enójate una y otra vez -las veces que sea necesario-; pero razona tu enojo y no te estaciones en él; si lo haces, nublarás tu razón.

Y, por favor, por más enojada que estés, recuerda siempre involucrarte con “La Cosa Pública” para mejorarla.

La firma

Tu amigo: “El Discursero”.

P.D. En espera de una próxima carta, deshazte del sobre amarillo.

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