El saludo.

Querida “R.”: ¿qué haces cuando no estás de acuerdo con alguien? Cuando discrepas de sus pensamientos, ideas u opiniones. Espero que no optes por descalificar a tu interlocutor por el simple hecho de pensar distinto de ti; y que, por el contrario, intentes zanjar las diferencias aportando tus mejores argumentos: los más claros, lúcidos, generosos y apropiables por otros.

El mensaje.

Recuerda que no hay mejor escuela cívica que aquella que nos enseña a escuchar para luego hablar, a disentir para luego coincidir, a celebrar el desacuerdo para luego construir el acuerdo.

Es por ello que la materia del debate no debe versar sobre gustos o preferencias, empatías o antipatías. Por el contrario, encaminar bien el debate implica entender “La Cosa Pública” como un espacio de todos; encausarlo como un ejercicio democrático que nos permita deconstruir verdades únicas y dogmatismos, para dar paso —desde la tolerancia— a las correcciones necesarias y a las soluciones posibles sobre los temas de interés público, recuperando el sentido de la política.

Lejos de dicho “deber ser”, en nuestra cultura política —fielmente retratada en sus debates— nadie dialoga con nadie, dando paso a las descalificaciones dogmáticas, los agravios, las manipulaciones y las teorías de la conspiración; dejando a los ciudadanos en un total extravío.

Las frases célebres de los debates presidenciales son, lo mismo, penosas y memorables. Desde aquel “que no les den Sidral por cerveza”; pasando por “hoy, hoy, hoy”, “necesitamos mocharle la mano al que robe en el servicio público” y “Ricky, riquín, canallín”; hasta “la corrupta” y “la narcocandidata”.

Detrás de este circo y de su estridencia, se oculta nuestro derecho como ciudadanos a saber qué piensa, cuáles son sus motivaciones y, sobre todo, cómo enarbola sus ideas quien pretende gobernarnos y representarnos.

A la pregunta de “¿por qué son importantes los debates?”, habría que responder que son fundamentales para orientar a “La Cosa Pública” en el sentido correcto.

Primero, porque es indispensable sacar de su “zona de confort” a los actores políticos; alejarlos de los discursos, guiones y tarjetas para acercarlos a la confrontación espontánea de sus ideas y someterlas al escrutinio público. Segundo, porque es igualmente importante que los ciudadanos construyamos una cultura cívica que fomente la discusión pública; que visibilice y “ponga en común” los temas de interés nacional; que reivindique y nos eduque en el valor de la verdad; que debata con datos objetivos; que se active, que se involucre, que proponga, critique e incomode al poder.

Recordemos siempre, con el ensayista Joseph Joubert, que “es mejor debatir una cuestión sin resolverla, que resolver una cuestión sin debatirla”.

La despedida.

Querida “R.”: abraza los debates como tu mejor escuela cívica: velos, critícalos, promuévelos, exígelos; debate en familia, debate con los amigos, debate en el trabajo. Así, contribuirás a sanar “La Cosa Pública”.

La firma.

Tu amigo: “El Discursero”

P.D. En espera de una próxima carta, deshazte del sobre amarillo.

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