El saludo. Querida “República”: vivimos tiempos de absurda levedad; sucede que los asuntos más relevantes de “La Cosa Pública” son tomados con total ligereza.
“No hay peor ciego que el que no quiere ver”, es un viejo refrán que este año adquirió matices renovados de vigencia y de espanto.
El ruido silencia la reflexión, en las mesas de las familias. El afecto nubla la razón, incluso en las aulas universitarias. La negación y resistencia contra lo evidente, ya sea por orgullo o terquedad, ofusca lentamente el entendimiento colectivo.
El mensaje
Millones de mexicanas y mexicanos parecen cómodos sustituyendo aspectos de la realidad por otros imaginarios; otros tantos consumen autoengaño como parte de su dieta cotidiana.
¿Por qué permitimos que el oficialismo y sus huestes protejan descaradamente a personajes como Adán Augusto López, Ignacio Ovalle, Pedro Haces, Cuauhtémoc Blanco —y una larga lista de impresentables— hasta sus últimas consecuencias?
¿Por qué salimos a las calles a vitorear a una miss universo que regresó con la “corona abollada” por corrupción y tráfico de influencias?
¿Por qué permitimos que la Constitución del país, las leyes y la democracia sean cada vez más irrelevantes en nuestras vidas?
¿Por qué celebramos los atajos, las trampas y la narco-cultura?
¿Por qué dejamos que el oficialismo nuevamente nos imponga sus opiniones como verdades históricas y absolutas?
¿Por qué millones de mexicanas y mexicanos seguimos autoengañándonos, demostrando ligereza en nuestro hablar y en nuestro actuar, mientras el país se cae a pedazos?
Las consecuencias trascienden, por mucho, el sendero de lo anecdótico; el daño es de índole estructural, sistémico.
Semana a semana perdemos nuestra “capacidad de asombro” con la corrupción exhibida en las notas de “ocho columnas”.
Y también, semana a semana, vemos como el Estado de Derecho se reduce a un mero “control de daños” por parte del oficialismo; administrando el poder, erosionando la democracia, eliminando contrapesos, culpando al pasado, administrando escándalos y costos políticos.
El truco es de quienes manejan “los hilos del poder”; negando la realidad, deformándola y distorsionándola para que se ajuste a sus deseos.
La culpa es de quienes caemos en el autoengaño. Pues, como decía el filósofo griego Anaxágoras: “si me engañas una vez, tuya es la culpa; si me engañas dos, es mía”.
La despedida
Querida “R.”: en medio de tanto ruido y tanta manipulación, pregúntate: ¿qué hay de cierto en lo que estoy pensando? Sé autocrítica y enfréntate siempre a la verdad; es la única vía para mantener el equilibrio en tus apreciaciones y contribuir a sanar “La Cosa Pública”.
La firma
Tu amigo: “El Discursero”.
P.D. En espera de una próxima carta, deshazte del sobre amarillo.

