El saludo. Querida “República”: todos podemos caer más de una ocasión en el autoengaño; intercambiar aspectos de la realidad -en nuestra mente-, por otros imaginarios.
Quizá coincidas con Demóstenes. El político ateniense afirmaba que no había nada más fácil que el autoengaño, debido a que “lo que desea cada hombre, es lo primero que cree”.
El mensaje
Lo cierto es que el drama del autoengaño va “in crescendo”, cuando lo padecen quienes dirigen los destinos de “La Cosa Pública”.
A la inicial pérdida de consciencia, le sigue la falta de entendimiento de la realidad; más tarde llega la debacle moral y, con ella, un sinfín de crisis evitables, de abusos desmedidos y auténticos desastres en diversos aspectos de la vida pública.
Ciertamente nuestra clase política está acostumbrada a escucharse y creerse a sí misma, cuando el poder le sonríe; “vistiendo” de estrategia política y de astucia su propio autoengaño. Ejemplos sobran desde el oficialismo:
“No se encubrirá a nadie”, afirman los que protegen a personajes como Ignacio Ovalle, protagonista del desfalco multimillonario de Segalmex; como Francisco Garduño, corresponsable de que 40 migrantes murieran quemados vivos; como Florencia Serranía, corresponsable de la caída del metro; como Ana Gabriela Guevara, Cuauhtémoc Blanco, Rubén Rocha Moya, Miguel Ángel Yunes, Félix Salgado, Manuel Bartlett, Mario Delgado, Rutilio Escandón, Cuitláhuac García y un largo etcétera.
“No somos iguales”, afirman los que callaron mientras una institución financiera propiedad de Alfonso Romo, exjefe de la oficina de la Presidencia con AMLO, presuntamente lavaba millones de dólares a favor de cárteles de la droga.
“Regresaremos al Ejército a los cuarteles”, afirman quienes se han dedicado a militarizar la vida pública de México.
“Acabamos con el huachicol”, afirmaban quienes ahora “descubren” barcos con millones de litros, centros de distribución, redes de lavado, “mini refinerías” y compras hasta del Ejército.
“No censuramos”, afirman quienes pretenden suspender transmisiones de programas de televisión en nombre del “derecho de las audiencias”, mientras manejan el Canal Once como un “pasquín oficial”.
“No espiaremos como nos espiaron a nosotros”, afirman quienes hoy defienden una ley que en su momento criticaron como autoritaria; los mismos que utilizaron el sistema “Pegasus” que tanto criticaron.
“No puede haber gobierno rico, con pueblo pobre”, afirmaban quienes hoy defienden su derecho a vivir entre lujos y excesos.
La despedida
Querida “R.”: no te permitas considerar como aceptable, lo que no lo es; ni normalizar lo que, de suyo, es grave. No caigas en el autoengaño; conviértete en “activo” de un mejor país.
La firma
Tu amigo: “El Discursero”.
P.D. En espera de una próxima carta, deshazte del sobre amarillo.