Pan y circo

Una Belieber ama a Justin Bieber por sobre todas las cosas.

Para ellas la imagen de un dios es un muchachito de  19 años, es canadiense, usa los pantalones a media nalga y baila como Beyoncé.

No son niñas y tampoco mujeres, son adolescentes, pero no cualquier adolescente: son Beliebers.

Pierden la razón con sólo pensar en ese joven que hace diez años cantaba canciones en Youtube con su pianito en forma de dinosaurio.

No se reproducen con el agua, pero al grito de “Justin”, en pocas horas se pueden reunir por miles.

Lo hicieron el lunes pasado en la ya no tan exclusiva zona de Polanco, en la Ciudad de México.

El simple rumor de la presencia de Bieber en el DF, fue suficiente para desatar una gran movilización de chamacas.

Las autoridades de la Ciudad de México se movilizaron como si se tratara de Templarios en Michoacán. Colocaron barreras de contención y desplegaron a cientos de elementos. La policía dijo que eran cientos. La prensa que eran miles.

“Las calles llenas, el hotel rodeado, hay gente arriba de los árboles, sobre automóviles, por todos lados”, reportó Bieber en su cuenta personal de Twitter.

Cuando se encuentra en movimiento, nada detiene a las Beliebers. Llegan de todas partes y por cualquier medio. No hay tráfico o manifestación de maestros que les impida el paso.

Se expanden como la gripa y se comunican por las redes sociales.

Su fe se reduce a un credo: dime cuánto sabes de Justin y te diré si eres una Belieber o una simple fan.

Entre ellas existen clases y divisiones: las iniciadas saben cada una de las letras de las canciones de Justin. Las veteranas saben sus gustos, qué mascotas ha tenido, su color favorito (el morado) y dónde guardaba sus dientes de leche.

Una Belieber no discrimina a otra Belieber. Blancas o negras, altas o chaparritas, gordas o flacas.  Entre ellas son iguales y comparten la misma pasión.

Están por todos lados y en todos los países. Incluso han sido vistas en lugares más lejanos e inhóspitos.

Soportan todo tipo de privaciones sin protestar. El hambre y frío no las atemoriza. Pueden acampar por días enteros sólo para verlo un par de horas.

Tiene códigos de conducta todavía indescifrables para los mayores.

Por un boleto para un concierto del muchachito de ojos claros y pelo relamido puede ofertar los más preciado de su ser.

No se fíe por las apariencias. Una Belieber tiene cara de ángel, parecen ángeles, pero no es un ángel.

Cuando ven a Bieber se convierten en demonios con tobilleras color rosa y pueden ser más testarudas que un zombie de la serie de televisión The Walking Dead.

Para los dos conciertos que Justin Bieber ofreció en México, el lunes y martes pasado, la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal desplegó un operativo especial por seguridad de las beliebers, pero sobre todo para cuidar de sus padres, los cuales se reúnen por cientos en las entradas de los conciertos y esperan a que sus hijas salgan y recuperen la cordura.

Si se encuentra con un grupo de Beliebers, no se acerque, no intente detenerlas, aléjese, corra en sentido contrario, y cuénteselo a quien más confianza le tenga.

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