En los años del discurso incendiario de Andrés Manuel López Obrador. Cuando Morena se presentaba como la reserva moral del país, sus líderes juraban vivir en la pobreza franciscana.

Hoy, la realidad es otra: los profetas de la austeridad vuelan en avión privado, viajan en clase ejecutiva y comen en los mismos restaurantes donde los neoliberales hacían sus tratos. La historia, que siempre cobra factura, los está exhibiendo como lo que son: los nuevos ricos del poder.

Gerardo Fernández Noroña, el autoproclamado defensor de los pobres, fue captado abordando un vuelo de lujo rumbo a Europa y haciendo una gira política en avión privado. Además compró (ilegalmente) una casa de 12 millones de pesos en una reserva ecológica.

Adán Augusto López Hernández, el hermano político del Presidente, mantiene un patrimonio que crece más rápido que el PIB de Tabasco. En los dos últimos años se ganó 76 millones de pesos vendiendo vacas (dice).

Ricardo Monreal justifica viajes en helicóptero “pagados con su dinero”, como si el problema fuera el método de pago y no la obscenidad del privilegio. Todos ellos son la viva imagen del político que se juró distinto, y terminó siendo igual.

Lo peor no es el exceso, sino la traición ideológica. Morena nació como una fuerza moral, un movimiento que decía representar al pueblo frente a la élite dorada del pasado. Hoy esa frontera se borró. Los que antes denunciaban a “los fifís” ahora se comportan como ellos: relojes de colección, cenas de seis tiempos, asesores familiares cobrando en nómina y giras en aviones rentados. No son errores administrativos: son señales de una transformación invertida, una regresión ética.

El politólogo Robert Michels llamaba a esto la “ley de hierro de la oligarquía”: los partidos que surgen para combatir los abusos del poder acaban repitiéndolos. Morena, que nació para moralizar la vida pública, se convirtió en el sistema mismo que prometió destruir. En apenas una década pasó de las calles al palco VIP. De los mítines en plazas a los salones privados de los hoteles más caros.

La incongruencia duele más que la corrupción, porque miente desde la esperanza. El pueblo creyó en la humildad como principio de gobierno, no como pose de campaña. Y cuando ve que los suyos se suben al avión, entiende que la “austeridad republicana” no fue más que una marca electoral.

“Primero los pobres”, dijeron. Y cumplieron: primero los pobres… pero de principios. Los ricos de ahora no son los de antes; sólo cambiaron de camiseta. Los riquillos de la 4T llegaron prometiendo una revolución moral, y lo que entregaron fue una copia de los mismos excesos que decían combatir. En su espejo, el poder volvió a ser privilegio. Y el pueblo, una vez más, simple espectador.

X e Instagram: @PedroPabloTR

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