A propósito de la celebración de la Independencia de México… A mi país con cariño.
Construir un país comienza por cómo contamos y celebramos las historias nacionales, el enfoque heroico de nuestros héroes, la interpretación de las victorias de la patria y la percepción de los valores cívicos; aquello que provoca identidad.
Después de que México conquistó su independencia en 1821, la lucha por el poder hizo de la ambición un estandarte cuidadosamente custodiado por la ideología nacionalista y maquillado con discursos fabricados en la teoría social y política de la época, tomando como modelo autores y corrientes europeas y norteamericanas. Y la gente tomaba partido y la gente defendía con su vida los intereses de quienes deseaban la silla presidencial, sus cuotas de poder y los inmensos territorios que se prometían a quienes se portaban bien con la aristocracia y de donde florecieron las haciendas que provocaron la Revolución.
Cuenta la historia que perdimos más de la mitad de nuestro territorio, justamente ante los Estados Unidos porque, en la batalla de Molino del Rey, Juan Álvarez no ayudó al General Tomás Valencia quien con su infantería había frenado a los norteamericanos, Santa Anna también lo abandonó a su suerte, provocando la pérdida de miles de vidas en cruentas batallas. La traición era tan común por las rencillas del poder que es bien conocida la frase del general Pedro María Anaya, a quien, cuando no lo proveyeron de municiones y, derrotado ante el general Taylor quien le preguntara: ¿dónde está el parque, las municiones y la pólvora?, él respondió: “si hubiera parque, no estarían ustedes aquí”.
Traiciones por la ambición humana. Estas se derivan del miedo al futuro, de la inseguridad personal, alimentadas por la baja moral, que a su vez tienen su origen, en la pobreza cívica, en la falta de identidad con su cultura, en la fragilidad familiar y en el débil autocontrol emocional.
Cuando el ser humano no está preparado para enfrentar el riesgo alto y la adversidad, sucumbe ante la tentación de arrebatar, de asegurar su supervivencia, de ser egoísta a pesar de sí y a pesar del otro; de romper con el contrato social, con la solidaridad y el valor mutuo; el cerebro reptil que triunfa sobre el cerebro racional y el emocional.
Para estar preparados para el futuro, la formación cívica es una buena estrategia ya que conlleva disciplina y formación de hábitos, la integración de símbolos que, como decía Serge Gruzinski, impactan en el inconsciente colectivo, formando arquetipos que determinan gran parte de los valores sociales. La educación cívica nos ayuda a idealizar valores a través de los héroes y su mística, filosofía y valores. Es preciso tener ejemplos a enaltecer, personas que triunfen a imitar, conductas plausibles a reproducir conductas que hoy son tan necesarias.
Nos conviene reconstruir, revalorar y regenerar a nuestros héroes, y encontrar los ejemplos del valor contemporáneo para voltear a ver a quienes nos hacen grandes como país; esos líderes que se han atrevido a ayudar al otro en estos casos de desastre, esos que se han levantado del fracaso y han trascendido; esos que han hecho de su pasión un arte, un deporte, una vida sana.
Hoy los héroes dan con su trabajo empleo, bienestar, de comportamientos que integran al mexicano, que lo hacen sentirse orgulloso de sí mismo y de su pasado, y de su presente y le dan seguridad y certeza para el mañana.
“Donde está tu atención, está tu energía”, dice alguna vieja filosofía oriental; le deseo a mi país en este, su cumpleaños, que no miremos tantas acciones reprobables y las veamos tan naturales, como sucede hoy, sino que su atención se encuentre en la esperanza y la seguridad en sí mismo, que su energía sea positiva y creativa, que haya futuro y futuro mejor.