En el libro Biografía de la Humanidad se dice que al cerebro humano le gusta la música. Según José Antonio Marina y Javier Rambaud, en Suabia, Alemania, fue hallado el primer instrumento musical: una flauta hecha de huesos de aves y marfil de mamut y que data de hace 35 mil años. Víctor Hugo (1802-1885), el escritor francés, sostiene que la música expresa aquello que no puede ser puesto en palabras pero que tampoco puede permanecer en silencio. Dicen, por otra parte, que fue Julio César, el emperador romano del Siglo I antes de Cristo, quien observó que aquél que no escucha música, sonríe poco.
La música tiene entonces una fuerte influencia en nuestro estado de ánimo, a la par de ser un misterio y desarrollar nuestra mente. La combinación de sonidos, armonías y ritmos no es estéril. Produce frutos que nutren nuestra vida, pero, ¿cómo lo hace? ¿Qué nos enseña la música?
Una primera respuesta es que la música evoca emociones y sentimientos muy variados. Beethoven, con su tercera sinfonía llamada Heroica, construye un “gran himno a la voluntad humana”. Nos recuerda que los seres humanos podemos decidir y construir nuestra propia existencia pese a las adversidades, dice Roberto Mares. La música nos enseña a imaginar.
Por otro lado, y por un supuesto poder malentendido, a la música también se le ha proscrito. En días pasados, el cabildo de Tijuana prohibió corridos que hablaran del fenómeno del narco en espectáculos públicos. Habrá multas a quien interprete esa música que, según las autoridades, hace “apología del delito” (Los Angeles Times, 10.11.23). La violencia es totalmente inaceptable en cualquier ámbito de la vida y su normalización debe ser combatida. No obstante, aquí parece haber una confusión. Aunque la música es misteriosamente poderosa, no es evidente que haya una relación simple y directa entre escuchar o cantar una canción con una temática específica con un determinado comportamiento.
Segundo, históricamente hemos visto que entre más se prohibe cierto tipo de expresión musical o artística, más se consume creando un jugoso mercado “negro”. En la extinta Unión Soviética, por ejemplo, los discos de los Beatles eran una mercancía prohibida. Se les acusaba de contaminar ideológicamente a la juventud, pero la gente los seguía intercambiando y escuchando al grado de que recientemente, el sociólogo Artemy Troitsky declaró que la agrupación compuesta por Paul, John, George y Ringo hizo más por la caída del comunismo que otra institución occidental.
La música, en el caso de los narcocorridos, describe —no crea— una situación real que es inaceptable y preocupante, pero ésta debe combatirse y resolverse pensando mejor cómo funciona la sociedad mexicana y qué instrumentos de gobierno aplicar, no limitando canciones. Más inteligencia y menos confusión son necesarias.
Daniel J. Levitin, neurocientífico y músico, aclaró la discusión sobre cómo la música moldea nuestro cerebro y mente al publicar su libro This is your brain on music (2016). Ahí sostiene que las secuencias rítmicas “excitan” las redes neuronales del cerebro de los mamíferos. Gracias a los códigos musicales, somos capaces de anticipar e innovar combatiendo el aburrimiento y fomentando nuestra capacidad de memoria (memorability), algo que también nuestras escuelas, bachilleratos y universidades podrían promover.