Aunque la democracia nos permitió elegir opciones políticas distintas y alcanzar la alternancia, la capacidad de debatir pública y abiertamente no se ha cultivado en la medida que lo exigen los problemas que enfrentamos (desigualdad, mala calidad educativa, inseguridad).

Salir a votar y que se respete nuestro voto son centrales para la democracia, pero también lo es expresar libremente el desacuerdo, interpelar, y dialogar con el que piensa distinto. “Quizás esté yo equivocado y tú en lo cierto, quizá con un esfuerzo a la verdad nos acerquemos”, decía Karl Popper, un filósofo de la ciencia, cuya frase señala dos características importantes: primero, la capacidad para reconocer que uno puede estar equivocado, y segundo, el deseo de acercarse a la verdad.

Dudar e ir en pos de la verdad son base de la educación y la ciencia. Pero, ¿se practica el debate en nuestras escuelas, bachilleratos y universidades como una manera de aprender y convivir civilizadamente? Quizás no en la medida que lo requerimos. Para resarcir esta situación, han surgido dos iniciativas que les invito a seguir. El primero es el podcast Diálogo y Debate cuyas temáticas han sido discutidas por estudiantes, docentes y egresados universitarios. En un formato ágil, hablamos sobres: “Ir a la universidad, ¿para qué?”; “La universidad sin muros”; “Terminó la pandemia, ¿aprendimos algo?”; “Tejiendo redes: Nadie puede solo” y “El debate como una forma de construir comunidad” https://www.youtube.com/@DialogoyDebatePodcast

La segunda iniciativa fue posible gracias al Grupo 1 del curso de Teoría Social Contemporánea de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UAQ. Las y los estudiantes acordaron que, como una forma de evaluación, organizaríamos un debate con una pregunta actual:

“¿Pueden ser los hombres feministas?”. El grupo se dividió en dos. Uno iba a defender la posición que sí y el otro lo contrario, aunque ambos debían preparar con antelación los argumentos en ambos sentidos.

El ejercicio fue profundamente enriquecedor. En primer lugar, porque en equipo se eligieron los argumentos más razonables para expresar un posicionamiento público. Segundo, el cambio en las y los jóvenes era notable al defender sus puntos de vista. Iban adquiriendo más seguridad a medida que sentían que expresaban algo valioso y tercero, se esmeraron en utilizar un lenguaje para lograr un entendimiento común. En ningún momento entraron en el terreno de la descalificación tan común en estos días.

Pero también hubo puntos que todavía hay que desarrollar. El primero fue que los jóvenes no ligaban lo expresado por el otro equipo para responder y construir sus propios argumentos. Parecía que estaban hablando solos. Esta falta de intercambio y capacidad de ser interactivo no es exclusiva del estudiantado, también lo he notado en reuniones académicas. Segundo, el jurado del debate, también detectó que al empezar a debatir, las y los estudiantes no analizaron la pregunta. No la diseccionaron para entender mejor el término “feminista” y así construir mejor sus puntos de vista. Optaron en cambio por un camino largo: revisar la historia del feminismo. Organizar más debates para que surjan propuestas de solución concretas desde la UAQ por medio del argumento es urgente y necesario.

Postcríptum: En atención al lector, les comunicamos que esta columna no aparecerá en las próximas dos semanas por vacaciones. Nos vemos el lunes 24 de julio.

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