Pedro Flores-Crespo

El educador cosmopolita

18/09/2020 |02:10Pedro Flores-Crespo |
Redacción Querétaro
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Al celebrar la Independencia de México, recordé que el Artículo Tercero de la Constitución habla de que la educación mexicana tenderá a “desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano” y fomentará en él, “el amor a la Patria”.

No deja de sorprender que el “amor” se aluda en la Carta Magna y que la educación sea el vehículo. ¿Se trata de educar un sentimiento? ¿Se puede amar a una abstracción?

Por los tiempos que corren y las imágenes que llegan desde Palacio, también me cuestioné por esa línea tan tenue entre patriotismo y nacionalismo. George Orwell, el gran crítico inglés, me sacó de dudas. El primero refiere a cierta “devoción” por un lugar y un modo de vida, pero que no desea “imponer a nadie más”. El nacionalismo, en cambio, es “inseparable del deseo de poder”. Orwell identifica tres características del pensamiento nacionalista: (1) se trata de afirmar superioridad, (2) es inestable con respecto a sus lealtades y (3) posee una marcada indiferencia hacia la realidad. El nacionalista, asegura Orwell, “está frecuentemente poco interesado en el mundo real. Lo que quiere es sentir que su propia unidad está derrotando a otra, y puede conseguir esto más fácilmente descalificando al adversario que examinando los hechos para ver si lo apoyan”.

Si Orwell tiene razón, podríamos decir que el nacionalismo es profundamente antieducativo. En él no media la razón, oprime; no duda, afirma y es deshonesto en términos intelectuales e incongruente. La Constitución, por fortuna, también establece que la educación se basará en “los resultados del progreso científico, luchará contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios”.

Pero vuelvo a preguntar: ¿se podría “educar” esa exaltación que uno siente al escuchar, por ejemplo, el Himno Nacional? ¿O es que uno debe dejarse llevar por la pasión tricolor y no pensar en la diferencia entre patriotismo y nacionalismo? A mí me parece que por los tiempos que corren, no estaría de más recordar que la “patria presupone ciudadanos, no súbditos ni siervos”, como bien afirma Claudio Magris. Nación, patria, identidad no son un “ídolo inmóvil, nacen, viven y se transforman en el tiempo”, remata el escritor triestino.

Este carácter “abierto” y “móvil” del ser nacional se podría reforzar con una educación cosmopolita. Este tipo de educación, según Martha Nussbaum, nos ayuda a mirarnos a través de los lentes de los demás. Si enseñamos a la niñez y al joven a trascender los límites nacionales, estaremos más cerca de hacerles comprender que ciertas actitudes y conductas no son “normales” y que no deben naturalizarse. “Ya ves cómo somos los mexicanos”.