Durante años, Morena encontró en la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) algo más que un aliado. La utilizó como ariete político, como carne de cañón en las calles, como músculo de presión ante gobiernos anteriores. La CNTE, con su capacidad de movilización, su feroz oposición a la reforma educativa de Peña Nieto y su discurso de lucha social, se convirtió en el grupo de choque más útil del obradorismo. No había protesta nacional sin sus mantas, sin sus bloqueos, sin sus arengas. Eran, en muchos sentidos, parte del ADN combativo que le dio a Morena un aura de autenticidad y calle.

Pero se acabó la luna de miel. Porque ahora, no es lo mismo ser borracho que cantinero. Y Morena, hoy dueña del bar, ha descubierto lo difícil que es mantener sobrios a los clientes que antes embriagaba con promesas.

El desencanto no llegó de golpe, sino como una resaca predecible. Morena prometió abrogar la Ley del ISSSTE de 2007, regresar al sistema de pensiones solidarias, eliminar la evaluación de maestros, garantizar la jubilación por años de servicio y pagar pensiones iguales al salario. Ofrecieron todo eso y más, porque entonces no estaban obligados a cuadrar presupuestos ni a responder ante la Secretaría de Hacienda. Eran oposición, y en la oposición se vale prometer lo imposible. Ahora, con el poder completo —Ejecutivo, Congreso y estados— la CNTE viene por la factura.

Y la respuesta ha sido la de siempre: “no se puede”. Que si el gasto social, que si el impacto presupuestal, que si no hay condiciones fiscales. Excusas, tecnicismos, vueltas retóricas. Lo que ayer era exigencia moral, hoy es imposibilidad contable. Y eso, para un movimiento como la CNTE, que ha vivido de la movilización, es inaceptable.

Hoy los vemos de nuevo bloqueando calles en la Ciudad de México, acampando frente a Palacio Nacional, tomando oficinas. Y ya no es contra un gobierno “neoliberal”, ya no es contra el “PRIAN”, es contra los suyos. Contra quienes les prometieron el cielo sin decirles que las escaleras estaban rotas. Contra quienes los hicieron creer que con un gobierno “del pueblo” todo sería inmediato, justo y gratuito.

Lo más irónico es que Morena sí les ha dado cosas. Han colocado a varios de sus cuadros en diputaciones, les han dado aumentos salariales, les han cedido espacios en regiones donde ahora son autoridad de facto para el reparto de plazas. Pero nada de eso sustituye a las promesas más grandes, las estructurales, las que tocaban el corazón del conflicto con el Estado mexicano. En el fondo, la CNTE no quiere concesiones, quiere que se cumpla la palabra. Y Morena, una vez en el poder, ha demostrado que su palabra era útil en campaña, estorbosa en el gobierno.

Esto también debe ser una advertencia para otros movimientos sociales que se han dejado seducir por el abrazo envolvente de Morena: los agricultores, los colectivos feministas, las madres buscadoras, los defensores del medio ambiente. Todos ellos han sido aplaudidos cuando protestan contra otros, pero ignorados o minimizados cuando cuestionan a la 4T. Porque Morena aprendió bien la fórmula: cooptar, incluir, absorber. Pero cuando eso falla, lo que queda es la confrontación.

Lo que estamos viendo hoy no es sólo un desencuentro con la Coordinadora. Es el primer gran rompimiento de uno de los pilares fundacionales del obradorismo.

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