Prepárese, pero no para mejorar el sistema electoral, sino para verlo desmantelado pieza por pieza. Porque aunque aún no hay un dictamen sobre la mesa, la ruta está marcada. Y no hay que hacernos locos: la reforma electoral va. ¿Por qué? Porque así lo quiso AMLO, porque lo anunció con tiempo, porque lo escondió en el ya célebre “plan C”, y porque ya vimos cómo se las gastan: si algo está en esa lista, tarde o temprano lo empujan, lo maquillan y lo aprueban. Con o sin resistencia.
En febrero de 2024, en el Teatro de la República, la entonces secretaria de Gobernación, Luisa María Alcalde, anunció con una sonrisa lo que parecía una colección de delirios constitucionales: elegir a los ministros de la Corte por voto popular, desaparecer organismos autónomos, reducir el Congreso, transferir la Guardia Nacional a la Sedena, entre otros disparates. Nadie lo tomó en serio. Se dijo —con alivio— que Morena no tenía la mayoría calificada. Que era imposible. Que no había forma. Y sin embargo, de las veinte reformas anunciadas, dieciocho ya fueron aprobadas. Dieciocho. Solo quedan dos pendientes. Y una de ellas, claro, es la reforma electoral.
¿Y por qué no lo han hecho todavía? Tal vez por estrategia, por tiempos, porque viene disfrazada de “proyecto de nación” o porque necesitan preparar el terreno. Pero no se equivoque: no es una posibilidad, es una intención. No es paranoia, es historia reciente. No es una ocurrencia: está escrita. Y no es exageración: es continuidad.
El borrador original de la reforma electoral lo deja claro. Van por todo. Por los OPLEs, por el INE, por el control de las elecciones. Quieren desaparecer los institutos locales para concentrar el poder en un solo ente nacional. ¿Quién lo va a operar? ¿Quién lo va a vigilar? ¿Quién lo va a nombrar? Pues usted y yo, supuestamente, con nuestro voto, como ya pasó con los ministros de la Corte. Aparentemente una democratización, en realidad, una colonización: disfrazar el control con urnas y el dedazo con papeletas, todo al son de los acordeones de MORENA.
Y por si fuera poco, lo aderezan con dulces envenenados. ¿Reducir el financiamiento a partidos? Suena bien, claro. ¿Eliminar plurinominales? Más aplausos. ¿Voto electrónico? Modernidad. Pero en el centro de ese paquete hay un golpe estructural: se reduce la pluralidad, se debilita el contrapeso, se vacía la representación de las minorías, y se entrega al poder dominante —es decir, a MORENA— una ventaja irreversible. No tratan solo de eficientar la democracia, la están modelando a conveniencia. Y eso es peligrosísimo.
Lo más preocupante no es que Morena y sus aliados quieran reformar el sistema electoral. Lo verdaderamente alarmante es que lo están haciendo a sabiendas de que el sistema actual les permitió llegar al poder. Lo que ayer les sirvió, hoy les estorba. ¿Qué cambió? Que ahora ya no les conviene el árbitro, ahora lo quieren parte del equipo. Se terminó la lógica de los consensos. Lo que está en juego ya no es mejorar las reglas, sino escribirlas a mano propia para asegurar el juego perpetuo.
Y aún hay quienes dicen: “No va a pasar”. Que es demasiado radical. Que hay instituciones que no se tocan. Pero esas frases suenan cada vez más ingenuas. También se decía que no iban a tocar al Poder Judicial. Y ya lo hicieron. Que no iban a desmantelar al INAI. Que la Guardia Nacional no se militarizaría. Que los organismos autónomos estaban protegidos por la Constitución. La realidad es otra: cuando tienes los votos, la Constitución se vuelve papel.
Así que sí, prepárese. Pero no se deje engañar por las buenas intenciones ni por los titulares condescendientes. No se trata de una modernización, sino de una intervención. No es eficiencia, es captura. Y no es para fortalecer la democracia, sino para amarrarla.
Hoy todavía hay tiempo. El proyecto está anunciado, pero aún no ha sido votado. Pero no se confíe. Porque si algo nos ha enseñado la Presidenta Sheinbaum es que los avisos no son advertencias: son instrucciones.