Donald Trump otra vez. Nuevamente una amenaza del presidente de Estados Unidos. Otra vez, en el Despacho Oval. Otra vez, con la mano en el botón y la mirada puesta en México, como blanco favorito de sus impulsos. Apenas tres meses de su segundo mandato y ya dejó claro que el show va en serio: ahora quiere castigar las remesas. Propone un impuesto del 5% a todo aquel que no sea ciudadano estadounidense y se atreva a enviar dinero a su país de origen. O sea, a millones de migrantes que trabajan en Estados Unidos y sostienen con ese dinero —no es exageración— la vida de sus familias en México.

Lo propone con el mismo tono con el que en su primer mandato amenazó con aranceles, militarizó la frontera, y dijo que había “doblado” a México. Con esa arrogancia que no distingue entre aliados y enemigos. Con esa lógica de bully que impone por la fuerza lo que no puede por el diálogo. Hoy, lo que entonces parecía una amenaza descabellada, se ha vuelto realidad con un Congreso republicano a su favor y una narrativa hecha a la medida del odio.

Estamos hablando de más de 64 mil millones de dólares que llegaron a México solo en 2024, en forma de remesas. Ese dinero no cayó del cielo. Es resultado del trabajo extenuante de quienes migraron, de quienes aguantan jornadas dobles, discriminación, riesgo de deportación, y aun así mandan cada semana lo poco que pueden ahorrar a sus familias. En muchos estados de México, ese dinero representa más del 30% del ingreso familiar. En algunas comunidades rurales, es la única fuente constante. No es lujo, es supervivencia.

Y ahora, Donald Trump quiere meterle la mano. No para ayudar, no para mejorar la vida de los suyos, sino para castigar al migrante por no haber nacido en Estados Unidos. Porque eso es lo que hace el bully: impone para demostrar poder. El impuesto no es una política fiscal, es una declaración de guerra. No busca recaudar —porque en proporción al presupuesto estadounidense es insignificante, apenas el 0.1%—, busca humillar. Busca mandar un mensaje: “el país es mío, y ustedes solo están aquí para pagar”.

Lo más alarmante es que esto apenas empieza. Nos quedan cuatro largos años de esto. Cuatro años de amenazas, de medidas discriminatorias, de políticas que castigan al más débil. Cuatro años de tuits, de órdenes ejecutivas, de chantajes comerciales y diplomáticos. Cuatro años de Estados Unidos convertido en un escenario donde el presidente gobierna como si estuviera en campaña perpetua, y donde México, otra vez, juega el papel de chivo expiatorio.

Y aquí, la pregunta incómoda: ¿cómo va a responder el gobierno mexicano? ¿Con cautela diplomática? ¿Con silencios estratégicos? ¿Con el mismo guión de sumisión de 2019? Porque si algo quedó claro en el primer mandato de Trump es que al bully no se le aplaca bajando la cabeza. Se le enfrenta con dignidad. No se trata de buscar pleito, sino de defender a nuestra gente. A los millones que mandan dólares desde el norte, que sostienen economías enteras, que construyen en silencio el México que acá los gobiernos no supieron darles.

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