En medio del caos y la incertidumbre que se cierne sobre México, cada vez se hace más evidente la sombría realidad que enfrentamos como nación. Los recientes acontecimientos en Sinaloa, donde el secuestro masivo de 66 personas pone de manifiesto la gravedad de la situación en torno a la delincuencia y el control del crimen organizado en territorios completos del país, nos obligan a enfrentar una pregunta incómoda pero necesaria: ¿cómo podemos hablar de democracia cuando la sombra del crimen oscurece el proceso electoral?

Es difícil ignorar la realidad descarnada que enfrentamos día tras día en México. La violencia desenfrenada, los asesinatos políticos y la influencia omnipresente del crimen organizado se han convertido en la nueva norma en nuestra sociedad. ¿Cómo podemos hablar de elecciones libres y justas cuando la amenaza del secuestro, la extorsión y la intimidación acechan a aquellos que se atreven a desafiar el status quo impuesto por los poderes fácticos?

Pareciera que al amparo de los gobiernos de Morena existe una impunidad reinante que permite que estos actos atroces ocurran sin consecuencias para los responsables. ¿Qué tan protegidos e impunes se deben sentir los criminales para atreverse a secuestrar medio centenar de personas en unas horas y que no pase nada? Esta impunidad sólo alimenta el ciclo de violencia y corrupción que nos consume como sociedad, erosionando aun más la confianza en nuestras instituciones y en el Estado de derecho.

La situación en Sinaloa es sólo un ejemplo más de la profundidad del abismo en el que nos encontramos como país. Un secuestro masivo que afecta a familias enteras, perpetrado por grupos criminales que operan con impunidad en amplias regiones del territorio mexicano. ¿Cómo podemos esperar que la gente vote en lugares donde el miedo y la violencia son la norma, donde la simple expresión de la voluntad ciudadana se ve amenazada por la presencia de carteles y bandas armadas?

Es irónico, por decir lo menos, que en medio de esta crisis el gobernador de Sinaloa, emanado de Morena, haya minimizado la situación con la frase lapidaria: “son cosas que pasan”. ¿Cosas que pasan? ¿Acaso el secuestro masivo de ciudadanos inocentes es algo trivial, algo que podemos simplemente ignorar y seguir adelante como si nada hubiera pasado? La insensatez e irresponsabilidad de tal declaración sólo sirve para subrayar la desconexión entre la clase política y la realidad que enfrentamos en las calles de nuestro país.

México se encuentra en una encrucijada peligrosa. La creciente influencia del crimen organizado, la debilidad institucional y la falta de voluntad política para abordar de manera efectiva estos problemas nos llevan por un camino oscuro y peligroso. ¿Cómo podemos hablar de progreso y desarrollo cuando el estado fallido se erige como una realidad innegable en nuestra sociedad?

Es hora de despertar del letargo en el que nos encontramos, de enfrentar la verdad incómoda que nos rodea y de exigir un cambio real y significativo en nuestro país. La democracia está en juego, la vida de los ciudadanos está en juego. No podemos permitir que la violencia y el crimen dicten nuestro destino como nación.

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