La reciente publicación de la Secretaría de Economía sobre la inversión extranjera directa (IED) en México revela un escenario más complejo de lo que sugieren las cifras superficiales. Aunque se celebra el aumento del 30% en los primeros nueve meses del año en comparación con el periodo anterior, la verdad detrás de estos datos pone de manifiesto no solo los retos económicos sino, más preocupantemente, las decisiones gubernamentales que podrían estar contribuyendo a la disminución de la inversión.

Comencemos con la luz tenue de las buenas noticias. La IED acumula un flujo de 32,926 millones de dólares en los primeros nueve meses del año, apuntando a un cierre anual por encima de los 40 mil millones de dólares, lo que representa un incremento de 4 mil millones respecto al año anterior. Sin embargo, la oscura realidad se revela al analizar la composición de esta inversión.

La mayor parte de este flujo proviene de la reinversión de utilidades, alcanzando un inquietante 92%. Solo un exiguo 8% corresponde a nuevas inversiones del extranjero. Este desequilibrio refleja la falta de atractivo para los nuevos participantes y pone en evidencia la necesidad de un entorno favorable para impulsar el interés de inversores internacionales.

Las malas noticias no solo yacen en la falta de diversificación de la IED, sino también en la reticencia del gobierno federal a fomentar un ambiente propicio para la inversión privada. La caída del 80% en el flujo de nuevas inversiones respecto al año anterior no es solo una señal de alerta, sino un llamado de atención. ¿Por qué las inversiones frescas no están llegando a México en la medida que podrían?

La respuesta podría encontrarse en las decisiones gubernamentales que han priorizado consideraciones ideológicas sobre el desarrollo económico del país. La retórica antiempresarial y la percepción de un clima hostil para la inversión privada han tenido un impacto negativo. No hay inversiones para desarrollar infraestructura esencial, ni para garantizar la disponibilidad de energía. Paradójicamente, en un giro inexplicable, se cerraron las oficinas de PROMEXICO, encargada de promover al país como un destino atractivo para la inversión en los principales centros económicos del mundo.

La falta de una estrategia efectiva para promover la inversión extranjera es preocupante, especialmente en un momento en que otros países están compitiendo agresivamente por atraer capitales. México, en lugar de destacarse como un actor principal en el teatro global de inversiones, parece retraerse, limitando sus propias posibilidades de crecimiento.

La ausencia de inversión extranjera directa en el sector energético y la cancelación de proyectos clave han creado un vacío que el gobierno no ha logrado llenar. La retórica que pone en duda la confiabilidad de los contratos previos ha enviado señales negativas a los inversionistas y ha contribuido a la desconfianza.

En Querétaro ponemos la muestra al gobierno federal, promoviendo un entorno empresarial favorable; a la manera queretana, aquí, todos estamos comprometidos con el crecimiento futuro y la capacidad para competir en el escenario mundial.

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