Este miércoles 13 de agosto, en Querétaro está previsto que se apruebe en comisiones una reforma que tipifica el delito de acecho. La llaman la “Ley Valeria” y detrás de este nombre hay una historia dolorosa, pero también un esfuerzo colectivo por cerrar un vacío legal que dejaba a las víctimas en la total indefensión.

El acecho no es un invento nuevo ni una exageración de redes sociales. Es esa conducta persistente, reiterada, de seguir, vigilar o acosar a alguien sin descanso, sin darle tregua, sin que exista necesariamente una amenaza explícita. En la jerga juvenil ahora se habla del “stalking”, una palabra que suena casi banal, pero que encierra un peso psicológico brutal. Imagínese salir de su casa y ver siempre a la misma persona, en la esquina, observando. Ir al trabajo y encontrarla de nuevo. Entrar al supermercado y verla pasar frente a usted. Y todo esto, hasta ahora, no necesariamente constituía un delito en la mayoría de los estados del país. “Está en la vía pública, tiene derecho a transitar”, podía decir la autoridad mientras la víctima acumulaba miedo, ansiedad y estrés.

Ese es el punto: no siempre hay una amenaza verbal o física inmediata. No hay un “te voy a hacer daño” que active las alarmas legales. Pero hay una invasión constante a la intimidad, un cerco invisible que puede llevar a la persona acechada a un estado de alerta permanente, al insomnio, a la depresión… e incluso al suicidio. Netflix retrató hace poco un caso extremo en la serie “You”, donde el acechador convierte la vida de la víctima en una cárcel mental. No es ficción gratuita: casos así existen, y uno de ellos es el de Valeria.

Valeria era una joven en Monterrey que vivió un acecho extremo por parte de un compañero de escuela. Le enviaba hasta 300 correos electrónicos al día. Compraba chips de teléfono para llamarla desde distintos números. Le mandaba mensajes de texto una y otra vez. No había un insulto ni una amenaza directa, pero sí un hostigamiento tan persistente que la asfixiaba. Cuando pidió ayuda, las autoridades se toparon con el vacío legal: no había un delito tipificado para eso. No podían intervenir.

Fue entonces cuando surgió el movimiento que dio origen a esta iniciativa. En México, solo Guanajuato, Coahuila y Tamaulipas han aprobado hasta ahora el delito de acecho. Querétaro, si todo sale como está previsto, se sumará esta semana, incorporando esta figura a su Código Penal. Y aquí es donde el trabajo legislativo cobra sentido: no se trata de inflar el número de leyes por el simple hecho de “hacer algo”, sino de ajustar el marco jurídico para proteger a las personas de conductas que, aunque no sean golpes o amenazas, sí pueden ser el primer paso hacia algo mucho más grave.

La reforma prevé sanciones que pueden incluir penas de cárcel, siempre considerando la gravedad y las pruebas que presente la Fiscalía. También abre la puerta a medidas como órdenes de restricción, herramientas que en otros países son comunes pero que en México todavía se aplican con timidez. La clave está en prevenir: un acechador no es solo una molestia; es una amenaza latente. Quien sigue a otra persona de forma obsesiva y sistemática, vulnera su seguridad y su derecho a vivir sin miedo.

No nos engañemos: esta ley no resolverá todos los problemas. Seguirá siendo un reto que las víctimas denuncien, que las fiscalías actúen con rapidez y que los jueces apliquen criterios adecuados.

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