La política mexicana, siempre un crisol de pasiones y contradicciones, nos presenta en los últimos tiempos un fenómeno que exige una mirada crítica: la creciente brecha entre el discurso de austeridad propugnado por Morena y el estilo de vida ostentoso que algunos de sus principales exponentes exhiben.
El expresidente Andrés Manuel López Obrador ha sido, desde siempre, utilizo el estandarte de la sobriedad republicana, un ejemplo de contención que ha calado hondo en el imaginario colectivo, todos recordamos sus 200 pesos en la cartera, o su tsuru. Sin embargo, una serie de escándalos recientes nos obligan a preguntarnos si este ideal se ha quedado en el papel, mientras algunos actores clave del movimiento se deleitan con lujos que chocan frontalmente con los principios que dicen defender.
O si, los muchos esfuerzos de la presidenta Sheinbaum por recordar la justa mediania, se quedan en llamados a misa, cartas de buenas intenciones que parece nadie en las altas esferas del MORENA están dispuestos a seguir.
Independientemente de cuestionar el origen lícito de los recursos de los personajes de MORENA, recientemente en entre dicho por los supuestos vinculos de Adan Augusto con el crimen.
Si un político goza de una fortuna personal o de ingresos legítimos que le permiten disfrutar de ciertos placeres, no hay objeción alguna. El problema surge cuando esos gustos colisionan con el mensaje oficial, cuando la opulencia se convierte en una bofetada a la narrativa de "primero los pobres" y de un gobierno que predica con el ejemplo de la austeridad republicana.
Es en esa disonancia donde reside la traición al votante, la erosión de la credibilidad y el surgimiento de un doble discurso que, lejos de fortalecer, debilita la confianza en la política.
Los ejemplos, lamentablemente, se acumulan. La imagen de Ricardo Monreal, coordinador de la bancada de Morena en la Cámara de Diputados disfrutando de cenas en restaurantes europeos de lujo, regadas con vinos de miles de dólares, ha circulado profusamente. Monreal, un político de vasta trayectoria y figura influyente en Morena, ha sido objeto de críticas por el contraste entre su estilo de vida y la austeridad que se le exige a los servidores públicos del movimiento. ¿Es compatible un discurso de "no robar, no mentir, no traicionar" con estos excesos públicos?
No menos polémicas han sido las apariciones de Mario Delgado, Secretario de Educación, en Portugal. La percepción pública es crucial, y en un país donde la desigualdad es abismal, la discreción y la congruencia deberían ser valores inquebrantables para quienes ostentan cargos de poder.
Y qué decir de Andrés Manuel López Beltrán, Secretario de Organización de Morena, cuya presencia en Tokio también ha encendido las alarmas. Saliendo de boutiques de Lujo, que dan pie a que la forma en que se perciben estos viajes de de opulencia. La ciudadanía, que ha depositado su confianza en un proyecto que promete ser diferente, espera ver reflejada esa diferencia en cada acción de sus líderes.
Finalmente, el caso de Pedro Haces, dioutado y líder sindical, utilizando aviones privados y helicópteros para asistir a eventos importantes en Estados Unidos y Europa, es quizás el epítome de esta contradicción. Haces, un personaje controvertido pero con cercanía a la cúpula morenista, ha sido fotografiado en situaciones que distan mucho de la imagen de un servidor público austero.
La legitimidad de un movimiento no solo se construye con discursos, sino con hechos, y la ostentación de la riqueza, por lícita que sea, es un mensaje que distorsiona la esencia de la llamada "cuarta transformación".
Estos episodios, lejos de ser anécdotas aisladas, configuran un patrón preocupante. El daño no es solo a la imagen de los involucrados, sino a la credibilidad de Morena en su conjunto y, por extensión, a la política nacional.
Cuando los ciudadanos perciben un doble discurso, la desilusión se instala y la ya de por sí frágil confianza en las instituciones se erosiona aún más.
En última instancia, estos actos de ostentación no son meros deslices personales; son una afrenta directa a la inteligencia y la paciencia de un pueblo que confió en una promesa de cambio radical. La supuesta "cuarta transformación" se desdibuja cada vez más, revelando que, para algunos de sus artífices, el poder no es un instrumento para servir, sino una plataforma para el beneficio personal y el lujo desmedido. Es hora de que la ciudadanía despierte ante esta farsa y exija cuentas. Si Morena no es capaz de predicar con el ejemplo que tanto cacareó, entonces su proyecto no es más que otra decepción en la larga historia de la política mexicana.