En 2026 México volverá a ser anfitrión de una Copa del Mundo. Han pasado 40 años desde aquel verano de 1986 que consolidó una imagen de país hospitalario, vibrante y caótico, pero eficaz a su manera. Hoy, el contexto es otro: la responsabilidad se reparte con Estados Unidos y Canadá, la economía y la geopolítica han mutado, y la mirada internacional será más exigente. México pondrá su rostro en tres ciudades sede: Guadalajara, Monterrey y la Ciudad de México. Lo fascinante es que detrás de las cifras, las obras y las expectativas, se asoma otro retrato del país: el de cómo cada gobierno local entiende y ejecuta la idea de futuro.
Guadalajara y Monterrey, las dos urbes con gobiernos estatales de Movimiento Ciudadano, han hecho del Mundial una excusa productiva: un punto de inflexión para acelerar su modernización. No se trata sólo de estadios pintados y avenidas relucientes; es una redefinición urbana. En Jalisco, cuatro mil millones de pesos están reorganizando la movilidad metropolitana alrededor de la electromovilidad: la Línea 4 del Tren Ligero, la próxima Línea 5 y un sistema eléctrico que unirá Paseo Chivas con el Estadio Akron. La apuesta no es anecdótica: cada intervención conecta aeropuerto, estadio y ciudad en un trazo coherente. Guadalajara ha entendido que el desarrollo no se improvisa; se planifica con visión.
Monterrey, por su parte, redefine su vieja identidad industrial para volverse un nodo metropolitano contemporáneo. Dos nuevas líneas de Metro, una de ellas con conexión directa al aeropuerto, la renovación de la Línea 1, la adquisición de más de cuatro mil autobuses y la modernización de paraderos y puentes peatonales no son obras aisladas. Son el lenguaje de un gobierno que entiende que movilidad significa productividad, turismo, empleo y orgullo cívico. No sorprende que el Parque Fundidora se prepare como epicentro del Fan Fest ni que la ciudad recupere espacios como el Parque del Agua; Monterrey se está metamorfoseando antes de que el Mundial le exija hacerlo.
Y luego está la Ciudad de México. La capital ha sido gobernada por la izquierda, en sus distintas versiones, durante casi 30 años. Pero la suya es hoy una historia agotada. Mientras las ciudades naranjas construyen y reconfiguran, la capital repara y se retrasa. La inversión en infraestructura cayó 29%. La Línea 9 del Metro estuvo cerrada ocho meses —el doble de lo planeado—, y la Línea 1, símbolo de la red, acumula más de dos años de retraso. Lo que debía reabrirse en 2023 se estira hasta noviembre de 2025, con trenes que, para colmo, circulan más lento que antes. No es un dato técnico: es una metáfora. La ciudad que alguna vez presumió vanguardia pública ahora apenas consigue mantener la marcha.

