Este fin de semana, fuimos testigos de un espectáculo indignante a través de las redes sociales: habitantes de Chiapas, México, aplaudían y vitoreaban a criminales, sí, un grupo de la delincuencia organizada que viajaba en lujosas camionetas blindadas. Es una escena que debería indignarnos profundamente y llevarnos a cuestionar cómo hemos llegado a este punto, donde los criminales son recibidos como si fueran héroes nacionales, mientras el Estado pierde respeto, legitimidad y fuerza.

Las imágenes que circulan son verdaderamente perturbadoras. Camionetas blindadas y hombres fuertemente armados, con vestimenta tipo militar, devuelven los saludos de un pueblo entregado a ellos. Lo que presenciamos parece sacado de una película de acción, pero desafortunadamente, ocurrió aquí, en las calles de San Gregorio, Chiapas, a plena luz del día, sin la mínima sospecha de la presencia de las fuerzas del Estado.

Después de que este vergonzoso episodio se llevara a cabo, uno no puede evitar preguntarse: ¿Qué va a decir el Presidente mañana? Lo que esperaríamos de un líder en esta situación es que condene el acto y se comprometa a una acción inmediata del Estado para restaurar el orden y la seguridad en la región. Sin embargo, la respuesta del presidente fue todo menos eso.

El presidente decidió minimizar la gravedad de la situación, y lo que es aún más alarmante, acusar a la oposición de hacer propaganda en favor del crimen organizado. Esta no es la respuesta que esperaríamos de un líder que busca proteger a su pueblo y mantener el orden en su país. En lugar de enfrentar la realidad y tomar medidas para abordarla, se opta por la negación y la desviación de responsabilidades.

No es normal, y no podemos normalizarlo. ¿Se imagina a usted a cualquier otro presidente en el mundo reaccionando así ante un suceso tan alarmante? Esa reacción, que sugiere una profunda incompetencia o, peor aún, complicidad absoluta, es inaceptable.

La política de permisividad con el crimen ha llegado a un extremo peligroso, una política que algunos llaman “abrazos y no balazos”. Sin embargo, dejar que los criminales se paseen como héroes no es solo una afrenta al Estado de derecho, es un insulto a la memoria de las miles de víctimas en nuestro país. Esta política ha llevado a México al borde del abismo y es hora de tomar medidas decisivas antes de que sea demasiado tarde.

El Estado debe recuperar su monopolio legítimo de la violencia y restaurar la paz y la seguridad en el país. No puede permitirse que el crimen organizado desafíe abiertamente su autoridad y se pasee como si estuviera por encima de la ley. La sociedad merece vivir en un entorno seguro y protegido por un Estado que cumple con su deber de mantener el orden.

Es hora de que el gobierno federal reconozca la gravedad de la situación y actúe con determinación para restaurar la paz. La política de “abrazos y no balazos” ha demostrado ser un fracaso, no podemos permitir que la impunidad y el caos se apoderen de nuestro país.

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