Paul Ospital Carrera

Cena de Navidad al doble

Desde el poder se insiste en que el malestar es inventado, que las preocupaciones son “percepciones”

En estos siete años de gobiernos de Morena la cena de Navidad se ha convertido en un pequeño estado de cuenta de la economía familiar: los mismos platillos, las mismas sillas alrededor de la mesa, pero un total en el ticket que casi se duplicó y un discurso oficial que insiste en que “todo va requetebién”.

Quienes dicen que “todo va requetebién” deberían hacer algo más sencillo que cualquier modelo econométrico: ir al súper con los precios de 2018 en la mano y compararlos con los de este diciembre. Es la misma lista, los mismos productos, el mismo menú de siempre, pero el ticket casi se duplica mientras el oficialismo repite, una y otra vez, que la inflación está “domada” y que el poder adquisitivo “nunca había estado mejor”.

No hace falta ser opositor para notar la discrepancia: basta con ver cómo el carrito de la cena navideña se convierte en una pequeña auditoría a la narrativa triunfalista del gobierno. La promesa de la “transformación” era que el dinero alcanzaría más, que por fin habría un modelo que pusiera en el centro a quienes llenan la mesa con esfuerzo, no a quienes la miran desde un balcón con banda presidencial. Sin embargo, la realidad es otra: en estos siete años, los alimentos han acumulado aumentos superiores al promedio de la economía, con alzas notorias en productos básicos de la canasta y en los insumos típicos de las fiestas decembrinas.

Por eso, lo que antes era una cena que se armaba con apretujones pero sin drama, hoy obliga a decidir qué se rebaja: si la calidad del jamón, si el tamaño de la pierna, si se compra menos sidra o se sustituye por refresco. El discurso presidencial presume estabilidad; la señora que hace cuentas frente al anaquel solo ve cómo el jamón se triplica y la pasta se dispara, y se pregunta en qué parte de esa película es donde “vamos mejor que nunca”.

Y si preparar en casa ya es un lujo, para quienes no tienen tiempo la cosa es igual o peor. Ahí está el menú de los platillos preparados, con precios que hace siete años aún se podía considerar un gusto culposo pero alcanzable.

La diferencia es brutal: no se trata de que la gente “no sepa administrar”, se trata de que, con jornadas laborales que siguen en 48 horas semanales y una reforma de 40 horas aplazada una y otra vez, millones de personas salen tan tarde del trabajo que la única opción real es comprar la cena ya hecha, aunque venga con recargo navideño y se pague, otra vez, casi al doble.

La paradoja de esta Navidad es que la propaganda oficial insiste en que “primero los pobres”, mientras la experiencia cotidiana de esos mismos pobres, y de una clase media cada vez más exprimida, dice lo contrario.

Los datos de organizaciones de consumidores estiman que la cena de este año será alrededor de 17% más cara que la del año pasado, y si el punto de comparación es 2018, el golpe es todavía más rudo. La inflación acumulada en comida, tortillas, frijol, carnes y productos procesados es el recordatorio de que el salario mínimo puede subir en el papel, pero si el súper se lo come antes de llegar a la caja, lo que hay no es bienestar, sino una versión maquillada de la misma precariedad de siempre. Lo que antes era una cena que se planeaba con ilusión, hoy se diseña con calculadora.

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