Carlitos Marx dijo que la historia siempre se repite primero como tragedia y después como farsa. Llamarse José Ramón López y ser hijo de un presidente de México es tragedia y farsa al mismo tiempo. Le pasó al Portillo hace 40 años y le sucede ahora al Beltrán.

“Es el orgullo de mi nepotismo”, sentenció el entonces presidente José López Portillo (1976-1982) cuando fue cuestionado porque impuso como Subsecretario de Programación y Presupuesto a su hijo José Ramón pese al malestar del secretario (y después presidente Miguel de la Madrid).

En tiempos de la presidencia imperial no hubo posibilidad de rebatir el nepotismo del presidente López Portillo, pues no sólo fue su hijo José Ramón, también su hermana Margarita llegó a ocupar una dependencia y cuando fue criticada por la prensa, el presidente respondió: “Es mi piel, no la toquen”.

La semana pasada, Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), en conjunto con la plataforma Latinus, presentó un reportaje donde muestra que el hijo del presidente López Obrador vive a todo lujo en Texas.

El reportaje señala que, con su esposa Carolyn Adams, ha habitado dos mansiones en Texas, cada una con un valor cercano al millón de dólares. Y no solo eso, sino que una de ellas fue propiedad de un alto directivo de Baker Hughes, empresa petrolera que tiene contratos vigentes con Pemex; y, para rematar, que usa una camioneta Mercedes Benz GLE-Class, la cual tiene un costo de 1.4 millones de pesos.

Esto en realidad sería irrelevante porque Joserra no es funcionario del gobierno federal como su tocayo de los 70, pues tras el triunfo de su padre en 2018 y tras haber formado parte de su equipo de campaña, anunció que no participaría en el gobierno.

Entonces, ¿por qué dolió tanto esta investigación en Palacio Nacional si este nuevo Joserra no es el orgullo del nepotismo? Porque recordemos que en política la forma es fondo y Andrés Manuel construyó un discurso a partir de un discurso de pobreza franciscana aplicada a la política que contrastaba con la opulencia y derroche de sus rivales políticos.

Los símbolos que el presidente usó fueron el Tsuru blanco que contrastaba con las camionetas de lujo de otros políticos, decir que en la cartera sólo lleva 200 pesos, no comer en restaurantes de lujo, todas estas formas que construyeron su discurso son las que el hijo rompió al vivir justamente como su padre condenaba.

Aunque hay indicios de conflicto de interés en el caso de Joserra y el presidente se envalentona y reta a demostrar corrupción. Sus aliados, atacan al mensajero (Latinus y MCCI) pero no hacen autocrítica.

Sin embargo, más allá de que sí hay o no corrupción, las mansiones en Texas rompen el discurso obradorista y no olvidemos que AMLO es un presidente que se basa en símbolos. La forma es fondo, regla que nunca se debe olvidar y Joserra rompió. En vez de ser el orgullo del nepotismo, se convertirá en el hijo pródigo bíblico.

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