El triunfo de Lula da Silva en las elecciones presidenciales de Brasil es un claro reflejo de la tendencia política que se está dispersando en América Latina. Una tendencia populista.

Y no me refiero a la clásica división entre derecha e izquierda, sino al regreso del populismo en su vertiente de encumbrar personajes que, más allá de sus posturas o “proyectos de nación”, mueven pasiones en torno a su persona y carisma.

En su momento, Norberto Bobbio apuntó que la distinción entre izquierda y derecha se había difuminado, casi apagado. En cierta manera tenía razón, lo que ahora mueve al electorado no son las posturas ideológicas, la posición económica o social, ni mucho menos el llamado “proyecto de nación”; sino “la emoción”. La emoción de estar del “lado correcto”, de pertenecer al “equipo ganador”, de ganar cueste lo que cueste, pese a quien le pese. La emoción de seguir al “líder”.

Esa es la política que está ganando terreno, la de la confrontación y la división: la de ellos y nosotros, los de antes y los de ahora, los del pasado frente a los del presente. Esa es la política que está permeando. Esa es la política que estamos viendo en América Latina.

Este fenómeno se presenta en ambos bandos. Por ejemplo, el antagónico de Lula, Jair Bolsonaro, político conservador de posturas derechistas, presentaba la misma tendencia populista que Lula: disruptivo, confrontador y provocador; al grado que algunos lo calificaron como el “Donald Trump” brasileño.

El populismo nos ha llevado a la división, la confrontación y el sectarismo. Posturas radicales como las de estos personajes han hecho que los bandos se extrapolen. Inconscientemente, la población se inclina hacia un lado u otro, pero no movido por una visión o ideales, como sucedía en el siglo XX, sino por seguir “al líder” o también llamado “mesías”. Ahora, las posturas tienen que ver con la pertenencia de grupo. Con estar, como algunos lo han dicho “del lado correcto de la historia”.

Ciertamente, esa forma de ver y hacer política no es nueva; sin embargo, ello en su momento provocó que posturas totalitarias avanzaran con paso firme a la segunda guerra mundial.

Creo que lo que nos debe preocupar es que, en un entorno donde más que nunca prevalece la libertad de expresión y donde premia la democracia, estas posturas sectarias estén avanzando fuertemente, provocando que el debate público se contamine y se impulse la confrontación.

Debemos recordar que, más allá de posiciones ideológicas o de grupo, todas y todos formamos parte de un solo elemento llamado humanidad y que, en el caso de nuestro país, todas y todos estamos unidos por el amor a México, a nuestra nación.

Por ello, me parece que, como ciudadanía y seres humanos racionales, debemos voltear al pasado y tener cuidado del camino que estamos construyendo. No debemos alentar la confrontación o la división, al contrario, debemos buscar el consenso; pues creo firmemente que sólo de esa manera podremos impulsar ideas que realmente solucionen los problemas que enfrentamos, ya sea como sociedad y como especie.

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