En los ruedos, un torero se mide con la vida y la muerte en cada embestida. Un descuido, un mal quite o una faena mal planteada, y lo que queda en la arena es tragedia. Pues bien, la jefa de Gobierno, Clara Brugada, parece haber entrado en el redondel de los zoológicos de la Ciudad de México sin capote, sin muleta y, sobre todo, sin respeto a la vida que ahí custodia.
Los datos son demoledores: en menos de 10 meses, 188 animales han muerto bajo su gestión. No hablamos de mulillas cansadas ni de becerros de tentadero: entre ellos se cuentan especies en peligro de extinción como el teporingo, los jaguares y los ajolotes, animales que son patrimonio natural de México y orgullo de nuestras montañas y lagos.
En términos taurinos, esto no es una faena fallida, es un desplome en los medios. La autoridad se presentó en la plaza con promesas de bienestar animal y cuidado ambiental, pero lo que hemos visto es una lidia sin temple, sin sitio y con los animales pagando la factura de su improvisación.
El público, que en este caso es la ciudadanía, observa con descontento.
¿Cómo es posible que en una ciudad que se presume progresista y defensora de la vida, se haya convertido a los zoológicos en corral de la muerte? Si un torero dejara escapar de sus manos la vida de casi doscientos ejemplares, no volvería a pisar un ruedo.
Aquí no caben pases de distracción ni discursos adornados. Brugada Molin tiene la obligación de dar cuentas, porque cada animal muerto es un silencio que nos recuerda que la incompetencia también mata.
La diferencia entre la plaza y el gobierno es clara: en la primera, el fracaso queda en la arena. En la segunda, queda en la memoria y en la conciencia de todos. Y en este caso, 188 veces. Esperemos que los ocho antitaurinos queretanos renten un bla bla car para ir a manifestarse en las oficinas de la jefatura de gobierno de la CDMX.
Ya les contaremos.