Con el albero aún fresco y la Maestranza vestida de gala, la temporada taurina de Sevilla ha vuelto a latir con la intensidad de los grandes ciclos.

Esta Feria de Abril 2025 ha dejado una huella indeleble, con tardes de emoción pura, silencios incómodos y faenas para el recuerdo. Sevilla sigue siendo ese espejo donde se mide el toreo, con su exigencia solemne y su duende que no perdona ni regala.

Destacó de manera singular Daniel Luque, que firmó dos actuaciones memorables. Su temple y compromiso han madurado como el vino viejo, y el público sevillano —que no se enamora fácil— terminó rendido ante su entrega.

Otra figura que brilló fue Andrés Roca Rey, quien, sin desbordar en cada tarde, logró una conexión poderosa con los tendidos en su segunda comparecencia, con un toreo valiente que se abrazó al riesgo.

No puede dejar de mencionarse la gran sorpresa del ciclo: el joven Juan Ortega, sevillano de pura cepa, que bordó el toreo con una cadencia casi litúrgica frente a un toro de El Pilar que sacó casta y calidad.

Fue una de esas faena de las que Sevilla guarda en su memoria: sin alardes, sin prisas, con el toreo despacio, al compás de los cantes por soleá.

Pero no todo fue triunfo. La corrida de Victorino Martín decepcionó, con una casta agria y sin entrega. El público —exigente—, supo distinguir entre el esfuerzo y el resultado. Hubo también silencios sonoros para figuras que no encontraron su sitio, y novilleros que dejaron escapar la oportunidad de reivindicarse.

La temporada sevillana todavía no cierra el telón, pero esta Feria ha sido un espejo fiel de lo que es la fiesta: un arte de contrastes, en las que el triunfo no se mendiga y el fracaso duele en carne propia.

Sevilla ha hablado, como siempre, con justicia y con pasión. La plaza sigue viva, porque el toreo —cuando es verdad— no se discute, se siente.

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