Morelia se convirtió el pasado lunes en un ejemplo de que cuando se quiere, se puede.

Fue el experimento real de que el Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial sí pueden resolver los temas de manera expedita.

El hostigamiento a los taurinos del estado de Michoacán nos hizo ver que el gobernador tiene la facultad de impartir justicia y, a una sola voz, hacer que paren las “injusticias”.

Lo que nos lleva a entender que la problemática de violencia que siempre ha vivido dicha entidad simplemente no quieren resolverla.

Las corridas de toros en Michoacán datan de 1826, hace casi 200 años; desde entonces se ha jugado con la justicia en ese estado.

La discusión fue intensa: algunos legisladores las calificaron de “bárbaras”, mientras que otros defendieron su arraigo en la cultura popular michoacana.

Sin embargo, esa prohibición solamente duró dos años. Desde ese entonces, la violencia humana —esa que cuelga cuerpos, rebana cabezas y lanza granadas— ha existido.

Pero nada como lo que vimos el lunes: un “dedazo” del gobernador puso en marcha al otro poder.

El gobernador Alfredo Ramírez Bedolla sigue demostrando que tiene con qué detener la violencia humana, pero le es más redituable convivir con ella, socializarla y, sobre todo, hacer que los michoacanos vivan con miedo. Quedó demostrado que simplemente no quieren erradicar los problemas de violencia en contra de sus gobernados.

De sus legisladores, como Bugarini, poco vamos a hablar, porque si decimos lo que pensamos hasta a la cárcel vamos. Desde su forma de hacer política “de sastre” hasta los favores para aspirar a ser gobernadora… Ahí la vamos a dejar.

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