La tauromaquia, como la vida, está hecha de capítulos que se cierran y de páginas que exigen otro trazo, otro pulso, otra verdad. En el caso de Joselito Adame, el diestro de Aguascalientes que se forjó entre el hierro de la plaza y la frialdad de los tendidos críticos, pareciera que hemos llegado a ese punto y aparte que marca un cambio de rumbo.

Adame ha sido, durante más de una década, el nombre propio del toreo mexicano en las grandes ferias. Desde su alternativa en 2007, su carrera estuvo marcada por una voracidad poco común: temporadas completas en España, tardes memorables en Sevilla, Madrid y Bilbao, y un dominio absoluto de las plazas nacionales. Su tauromaquia, de trazo corto y mano baja, fue madurando hacia una lidia más reposada, menos de alarde y más de temple. Sin embargo, toda trayectoria llega a un instante de inflexión.

En los últimos años, la competencia de nuevas figuras, la evolución de los públicos y la exigencia de reinventarse han puesto a Joselito frente al espejo. Ya no basta con la técnica impecable ni con el oficio ganado; el toreo, como el arte que es, demanda siempre algo más: emoción nueva, riesgo calculado, verdad sin maquillaje. Adame ha dado muestras de querer buscarlo —dejando atrás carteles cómodos para enfrentar corridas con más trapío y menos garantía—, pero también se percibe que su toreo está en una transición silenciosa.

Este “punto y aparte” no es un adiós, sino un espacio en blanco que el propio Joselito deberá escribir con tinta distinta. Tal vez con un toreo más puro, tal vez para reflexionar de sus últimas actuaciones, en donde no fue tan bien, o tal vez para que se convierta en punto final. La hoja está lista y los aficionados esperan que lo que venga no sea una repetición, sino un nuevo capítulo que justifique su nombre en la historia del toreo.

Porque si algo ha demostrado Joselito Adame es que, en la arena, no teme a los toros… Y lo que le toca ahora es demostrar que tampoco teme a reinventarse o simplemente al retiro.

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