Por años, la tradicional corrida navideña de Querétaro fue más que un festejo taurino: era un punto de encuentro familiar, una cita con la historia, con la identidad queretana que se daba cita en la majestuosa Plaza de Toros Santa María. Diciembre significaba luces en el ruedo, olor a albero fresco, charlas de tendido y la ilusión renovada de despedir el año entre toros y bravura.
Hoy, esa estampa pertenece al recuerdo.
Por segundo año consecutivo —y todo indica que ya como una triste costumbre— la corrida navideña no se realizará en la capital queretana. El festejo se muda nuevamente a San Juan del Río, digna sede taurina que ha abierto sus puertas para mantener viva la tradición que Querétaro parece haber decidido abandonar.
La razón es tan clara como dolorosa: la Plaza Santa María permanece sumida en el olvido. Un recinto que fue orgullo del estado, testigo de grandes faenas y tardes históricas, hoy yace cerrado, sin mantenimiento visible y sin una ruta clara para su rehabilitación. La indiferencia institucional pesa más que la nostalgia de los aficionados.
No se trata únicamente de una cuestión taurina. Es un síntoma cultural. Cuando una ciudad descuida sus espacios emblemáticos, también descuida su memoria. La Santa María no es sólo concreto y graderíos; es parte del patrimonio intangible de Querétaro, de una fiesta que ha formado generaciones enteras de aficionados y profesionales.
No deja de ser irónico que el festejo que nació y creció en Querétaro hoy deba celebrarse en tierra ajena por la falta de interés de quienes deberían velar por su sede natural. Mientras en otros estados se invierte en la conservación de plazas históricas, aquí la Santa María espera —paciente y silenciosa— a que alguien voltee a verla, a que se entienda su valor cultural y se apueste por su rescate. No se pide magia, sólo voluntad.
Porque la Navidad con toros no debería ser un recuerdo, sino una celebración viva en su casa original. Y esa casa, guste o no a las modas pasajeras, es Querétaro.

