Dice un viejo y conocido dicho popular. “¡Es poco el amor, y desperdiciarlo en celos!”. Y es que así pasa con la tauromaquia de hoy en día, que pasa por momentos de incertidumbre con plazas en vías de extinción a causa de conflictos legales y otras por mera voluntad de sus propietarios simplemente deciden no dar corridas de toros.
Esto es justo lo que le pasa a la plaza de toros (por así decirle) Santa María de Querétaro. Tanto peleamos para que no se demoliera porque pertenece a los queretanos, se lograra y ahora se ocupe para conciertos y no para lo que la historia pide.
Tendremos que remontarnos a esa misma historia para exponer para qué se construyó y tomó una gran relevancia en la geografía taurina de México.
Para la inauguración oficial, con un lleno hasta las banderas, se dispuso un cartel de lujo, con lo mejor de México, pero también de España. Salieron al ruedo las cuadrillas de los toreros Alfredo Leal Antonio del Olivar y el español Miguel Mateo Miguelín. Era la tarde del domingo 22 de diciembre de 1963.
Esta Plaza es la quinta más grande en su tipo en el país, con una capacidad de 12 mil 186 espectadores, superada sólo por la Monumental Plaza México —la más grande del mundo— con 41 mil 262, Tijuana (25 mil); Guadalajara Nuevo Progreso (16 mil 561) y Aguascalientes (16 mil).
La obra es diseño del ingeniero Urquiza, quien viajó a Sevilla, España para conocer la “Real Maestranza de Caballería”, por lo que se considera que tiene influencia morisca, por sus arcadas de andanada y las tejas que las adornan pero también protegen de las inclemencias del tiempo a la afición conocedora y hasta a los “villamelones”.
Cómo olvidar los faenones de Paco Camino o las de Alfredo Leal. Por aquí pasaron figuras enormes del toreo como Joselito Huerta, El León de Tetela; Raúl Contreras, Finito; Alfonso Ramírez, Calesero o las de José Mari Manzanares.
Hoy toda esa historia se ve reflejada en conciertos de pop, rock y regional mexicano, de los toros sólo queda el recuerdo de lo que fue la Santa María de Querétaro hoy suspendida voluntariamente por sus propietarios.