A un año de haber asumido la Presidencia, Claudia Sheinbaum navega en una dualidad política que define el presente de México: una popularidad envidiable, pero cimentada en un terreno minado por la inseguridad y la dependencia de un Washington disruptivo. La Mandataria ha logrado imprimir un sello de institucionalidad y diplomacia que contrasta con la narrativa incendiaria de su antecesor, ganando la confianza de sectores que antes veían con recelo el avance de Morena. Sin embargo, el “segundo piso” de la transformación enfrenta fisuras estructurales que la retórica no ha logrado resanar.

El principal talón de Aquiles sigue siendo la inseguridad. Aunque la política de “abrazos y no balazos” ha quedado formalmente en el pasado, los efectos de la estrategia actual no muestran resultados positivos tangibles. El crimen organizado, como principal promotor de la violencia, ha logrado infiltrarse en los niveles de gobierno, reduciendo la legitimidad de las instituciones y forzando a la población a modificar sus rutinas. El Estado parece sucumbir ante la fuerza de cárteles que, mediante la extorsión y la coerción, limitan el actuar de la justicia. Mientras no se atiendan las causas estructurales y se insista en la militarización, la paz seguirá siendo una asignatura pendiente.

En el tablero internacional, la relación con el vecino del norte es, por decir lo menos, convulsiva. El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha reintroducido la política de la “presión total”. El uso de los aranceles como arma de negociación, primero amenazando con un 25% a México y Canadá para frenar la migración y el fentanilo, ha puesto a prueba la capacidad de gestión de crisis de Sheinbaum. Si bien la Presidenta ha sido cautelosa y propositiva en estas negociaciones, la soberanía mexicana se ve constantemente acechada por la voluntad de un Washington que exige medidas severas so pena de dañar la integración económica regional.

Ante este escenario, la diversificación se vuelve un imperativo de supervivencia. La modernización del Acuerdo Global con la Unión Europea y el acercamiento con Canadá, bajo el liderazgo del primer ministro Mark Carney, son pasos acertados para reducir la dependencia de los arrebatos de Trump. México debe aprender a jugar en la ambivalencia, aprovechando tanto su alianza histórica con Occidente como la apertura hacia los BRICS para evitar ser extorsionado por su socio más cercano.

Internamente, Sheinbaum goza de un panorama despejado por la debilidad de una oposición que no logra articular una alternativa convincente. No obstante, el verdadero reto de la Presidenta no vendrá de sus adversarios, sino de su capacidad para emanciparse políticamente de la sombra de su mentor y ofrecer respuestas reales a una sociedad que, aunque la apoya, sigue viviendo bajo el yugo de la violencia.

El tiempo de las definiciones se agota; el éxito del sexenio dependerá de si el “segundo piso” se construye sobre soluciones sólidas o sobre la inercia de una narrativa que ya no alcanza para cubrir la realidad.

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