Durante la Segunda Guerra Mundial, el profundo impacto que vivió la sociedad japonesa generó un sentimiento de pérdida e incluso una crisis de identidad nacional. Muchas familias luchaban por recuperar sus recursos. La presión por expandir el acceso a materias primas —desatada en parte por el propio ataque japonés a Pearl Harbor—, junto con la devastación causada por las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, provocó una destrucción masiva y un enorme número de vidas perdidas. Esto precipitó la rendición de Japón y marcó el final del conflicto bélico.

En la posguerra, la censura limitó la expresión artística debido a la opresión existente. Sin embargo, esta misma época dio lugar a un nuevo capítulo para Japón: la reconstrucción ante la devastación física, económica y social que había sufrido. Emergió un espíritu de resiliencia con el objetivo de reconstruir hogares y una nueva nación.

Se empezaron a distribuir suministros alimentarios para apoyar la recuperación económica, mientras la mayoría de las familias se encontraban viviendo en albergues. Ante la incertidumbre, la comunidad se unió para empezar de nuevo. La disciplina y el trabajo arduo del pueblo japonés dieron origen a una clase media fuerte, que fue clave para el renacimiento del país. Fue en este contexto que surgieron algunos artistas de la posguerra.

Las manifestaciones artísticas de este periodo reflejaron los traumas vividos por los japoneses, abriendo nuevas formas de expresión nacidas del dolor. Así, en 1954 se fundó el grupo Gutai, un colectivo artístico posguerra que exploró enfoques radicales y experimentnales, completamente distintos a lo visto anteriormente en la “ciudad del sol naciente”.

Artistas como Takashi Murakami, Yayoi Kusama y Tadanori Yokoo comparten el haber transformado el dolor en arte. Todos ellos fueron influenciados por el movimiento Pop Art surgido en los Estados Unidos en la década de 1950, caracterizado por el uso de colores vibrantes y elementos de la cultura popular, como la publicidad. Andy Warhol fue su figura central, y el uso del color fue una influencia decisiva para estos artistas japoneses.

En sus obras se observa una repetición cromática y una crítica social a través de carteles elaborados con técnicas de cuatricromía, cargados de una profunda carga emocional. En el caso de Yayoi Kusama, su obra reflejaba un trastorno obsesivo-compulsivo desarrollado desde la infancia a causa de la guerra. Años después, también fue diagnosticada con depresión aguda, lo que la llevó incluso a tener pensamientos suicidas.

Por su parte, Tadanori Yokoo se sintió atraído por el arte psicodélico y ecléctico, combinando elementos de la cultura japonesa, el pop art y el surrealismo. Sus carteles muestran un arte onírico, influenciado en sus inicios por el trabajo de Push Pin Studios y por el propio Andy Warhol. Su obra ha dejado una huella visual impactante, en distintos formatos y dimensiones. Es considerado uno de los diseñadores gráficos y grabadores más importantes del siglo XX, al punto de contar con un museo propio en Kobe, Japón.

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