Las inundaciones recientes en el norte de Veracruz han dejado muerte, destrucción y un duro golpe para cientos de comunidades. Municipios como Poza Rica, Cazones y Tihuatlán han visto colapsar su infraestructura, sus viviendas y sus economías locales. Ante esta emergencia, más allá de la ayuda inmediata y la reconstrucción material, es urgente pensar en cómo estas regiones pueden volver a sostenerse por sí mismas. Quizá sea temprano hablar de turismo, sin embargo, si se gestiona con responsabilidad y enfoque comunitario, puede ser una de las herramientas más efectivas para lograrlo. Y sí, pudiese parecer contradictorio hablar de turismo cuando muchas personas lo han perdido todo, pero no se trata de frivolizar la tragedia, sino de usar el potencial turístico de Veracruz como un camino real hacia la recuperación. Existen ejemplos que lo confirman. En 2007, Tabasco sufrió una de sus peores inundaciones, pero años después logró reactivar su economía local impulsando el turismo cultural y natural en zonas como Comalcalco y la Ruta del Cacao. En Chiapas, San Cristóbal de las Casas se ha levantado varias veces de desastres naturales gracias a la fortaleza de su tejido comunitario y su oferta turística artesanal y cultural. Lo mismo ocurrió en lugares como Tulum, que, tras los daños provocados por tormentas en 2020, recuperó su dinamismo económico a través del ecoturismo. O en Valle de Bravo, Estado de México, que tras inundaciones en 2021 reactivó su economía local gracias al regreso de visitantes interesados en el turismo de naturaleza. En todos estos casos, el turismo no fue un acto de caridad, sino una vía concreta para que la comunidad volviera a generar ingresos, empleo y orgullo local.

Y aunque para algunos hablar de turismo en medio del dolor podría sonar fuera de lugar, hay numerosos ejemplos en México y en el mundo que demuestran que el turismo bien gestionado puede ser una vía de recuperación poderosa tras un desastre natural. Lejos de convertir la tragedia en una atracción, se trata de transformar la adversidad en resiliencia. Los casos antes mencionados reflejan una verdad fundamental: el turismo puede ser una herramienta eficaz de reconstrucción si se implementa con sensibilidad, planificación y participación local. Hoy, Veracruz tiene la oportunidad no sólo de levantarse, sino de hacerlo mejor: con un modelo que no explote, sino que acompañe; que no imponga, sino que escuche; que no excluya, sino que integre. Un turismo que ayude a reconstruir no solo casas, sino también el orgullo de una tierra que, a pesar del golpe, no ha perdido su belleza ni su corazón. Las cifras muestran su fortaleza: en 2024 recibió más de 13 millones de turistas y generó una derrama económica cercana a los 28 mil millones de pesos. Eso demuestra que el estado puede y debe recuperar su lugar en el mapa turístico del país. Pero esta vez, el turismo debe ir más allá del sol y la playa: debe convertirse en una herramienta de reconstrucción, justicia y dignidad para las comunidades que más lo necesitan.

Queridos lectores, todo a su debido tiempo, primero pongamos nuestro granito de arena en los distintos centros de acopio, luego podremos ayudar con el turismo. Somos mexicanos, somos solidarios por naturaleza, y cuando nos enfrentamos a desastres, sabemos unirnos para ayudar. Estoy segura de que esa misma fuerza colectiva puede ser el motor para que Veracruz no sólo se recupere, sino que resurja con más fuerza y dignidad. ¿Ustedes que opinan?

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