Noviembre solía ser un mes incómodo, atrapado entre el olor a cempasúchil y el eco del pan de muerto, un puente hacia diciembre que permitía respirar antes del frenesí navideño. Pero eso quedó atrás. Hoy, apenas termina el Halloween, las luces se encienden, los árboles aparecen en las salas y los centros comerciales suenan a villancicos. Para muchos, noviembre ya es diciembre, y la temporada navideña no espera el calendario: se adelanta, se estira y se consume. Este fenómeno no es casualidad ni simple entusiasmo. Es estrategia. El comercio descubrió hace años que adelantar la Navidad significa vender más, y las cifras lo confirman. En México, según datos de la ANTAD y estudios de mercado recientes, las ventas de temporada representan hasta el 30% de los ingresos anuales de muchas tiendas departamentales y supermercados, y los primeros quince días de noviembre se han convertido en uno de los periodos más rentables del año. Buen Fin, ofertas anticipadas, preventas bancarias, colecciones navideñas que se lanzan incluso desde octubre: la economía empuja al espíritu festivo para que llegue antes.
Pero hay lugares donde esta anticipación tiene un rostro distinto, casi artesanal, como Tlalpujahua, Michoacán. Este Pueblo Mágico vive, literalmente, de las esferas. Cada año produce alrededor de 40 millones de piezas, y el 70% de su economía depende de la temporada navideña. Para sus artesanos, la Navidad no empieza cuando aparecen los árboles en los centros comerciales; empieza en marzo, cuando soplan vidrio a mano, pintan a pulso y preparan los diseños que viajarán por México y otros países. Mientras muchos apenas se acostumbran al frío, ellos ya llevan meses rodeados de brillo, pintura dorada y cajas de exportación. Ese contraste revela algo importante: adelantamos diciembre porque la Navidad se ha convertido en una industria gigantesca que mueve emociones y dinero. La decoración temprana crea una sensación de bienestar y nostalgia que impulsa el consumo. Los expertos en comportamiento del consumidor señalan que ver luces y árboles aumenta la dopamina y activa recuerdos positivos, lo que nos hace más propensos a comprar. Así, la temporada se vuelve un refugio emocional, pero también un negocio perfectamente calculado.
Queridos lectores, incluso compramos viajes para vivir la Navidad como la vemos en las series o en las películas, todo es mercadotecnia, o no me digan que a ustedes no se les ha antojado nunca vivir una Navidad viendo nevar, o en Nueva York. La pregunta es si en este adelanto permanente no estamos perdiendo algo. La espera, el ritmo, el sentido de cada fecha. Si noviembre ya es diciembre, diciembre ¿en qué se convertirá? Tal vez nos estamos habituando a vivir en un estado continuo de celebración inducida, donde lo importante no es la festividad en sí, sino el impulso de adquirir, adornar y compartir en redes sociales.
Mientras tanto, las calles siguen llenándose de luces antes de tiempo, los árboles se venden como pan caliente, y pueblos como Tlalpujahua trabajan sin descanso para abastecer el brillo que tanto buscamos. Quizá la Navidad ya no es una fecha, sino una temporada que empieza cuando el mercado lo decide y cuando nuestra nostalgia lo permite. Y aunque todavía no es Navidad, para muchos, en el corazón y en el carrito de compras, diciembre ya está aquí. Y ¿ustedes despiden noviembre con olor a diciembre?
Periodista y conductora
Premio Internacional de Periodismo Turístico 2022
Otorgado por la OMPT
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