La montaña no es un parque de diversiones. Subir una montaña es, para muchos, el equivalente de conquistar lo imposible. Es un acto de valentía, resistencia y conexión con la naturaleza. Pero también, y cada vez con más frecuencia, una experiencia convertida en un riesgo innecesario, una postal para redes sociales que oculta la falta de preparación, el ego y, en algunos casos, la tragedia. El reciente caso de Paolo Sánchez, un adolescente de 14 años que falleció por hipotermia en el volcán Iztaccíhuatl, ha dejado al país en duelo y nos obliga a cuestionar profundamente qué está ocurriendo con quienes deciden enfrentarse a las montañas sin el equipo necesario, sin la preparación técnica y sin la conciencia de lo que realmente implica. En México, montañas como el Pico de Orizaba, el Nevado de Toluca, el Popocatépetl (aunque está activo y restringido), la Malinche y el Iztaccíhuatl atraen cada año a miles de excursionistas. Muchas veces, personas sin experiencia en alta montaña que se aventuran con ropa casual, sin guía, sin abrigo térmico y sin noción del clima o la altitud, desde luego, el resultado puede ser fatal. Cada año, Protección Civil y grupos de rescate reportan decenas de accidentes en estas cumbres. Caídas, extravíos, edemas pulmonares y casos de hipotermia. En 2023, por ejemplo, murieron al menos cuatro personas en el Pico de Orizaba en diferentes accidentes, todos relacionados con mal clima, falta de guía o equipo inadecuado. Paolo, quien subió solo al Iztaccíhuatl con un equipo insuficiente, publicó videos que ahora estremecen: sabía que tenía frío, sabía que estaba en riesgo, y aun así continuó.
Desafortunadamente lo que pasa en México no es exclusivo de nuestro país. A nivel internacional, el Monte Everest, el pico más alto del planeta, ha sido escenario de una peligrosa tendencia: el “turismo de altura”. Personas que, motivadas por el prestigio de alcanzar la cima más alta, pagan miles de dólares para ser guiadas sin tener experiencia real en alpinismo. En 2019, el Everest registró imágenes impactantes: largas filas de escaladores esperando su turno para subir a la cumbre, a más de 8 000 metros, en la llamada “zona de la muerte”. Ese año, 11 personas murieron. La mayoría no falleció por avalanchas o tormentas, sino por agotamiento, falta de oxígeno y congestión humana. El año con más muertes en el Everest fue el 2023 con 20, en el 2024 hubo ocho, y en este 2025 suman cinco en lo que va del año. Lo peor es que la mayoría de los accidentes podrían evitarse. Como primer punto, debes estar preparado para hacerlo, sí, con entrenamiento, no subir la montaña de un día para otro, después empiezas a enlistar lo demás, ir acompañado con un experto que conozca la ruta, es decir, contratar un guía capacitado, llevar la ropa adecuada, respetar los límites físicos, consultar el clima, portar GPS y equipo de emergencia e incluso oxígeno. Pero muchas personas movidas por la emoción, la moda o el deseo de superación creen que es fácil y “no pasará nada”. Y es que en la montaña sí pasa: cambia el clima en minutos, baja el oxígeno, suben los riesgos. No es lo mismo subir el Ajusco que alcanzar los 5 000 metros del Iztaccíhuatl o del Orizaba. A esas alturas, un error de cálculo no es una molestia: es una posible sentencia.
Queridos lectores, el riesgo no desaparece porque uno sea joven, deportista o conectado a las redes sociales. Lo que ocurrió a Paolo en el Iztaccíhuatl es un espejo de una vulnerabilidad: el deseo de aventura sin preparación puede tener consecuencias irreversibles. Aunque muchas montañas ofrecen vistas majestuosas y una sensación de libertad, debemos recordar que la naturaleza no perdona la imprudencia. La montaña no es un atractivo turístico cualquiera. Requiere respeto, conciencia, preparación y sentido común.