Cada verano, las playas del mundo reciben a millones de turistas en busca de sol y mar.… y, junto a ellos, llegan también unas visitantes menos deseadas: las medusas, o aguamalas. Transparentes, sigilosas, a veces casi invisibles, su sola mención genera miedo entre los bañistas. Sin embargo, más allá del ardor de sus picaduras, su presencia creciente dice mucho más sobre el estado del océano que sobre su supuesta amenaza. Las medusas existen desde hace más de 500 millones de años. Son organismos fascinantes, sin cerebro, sin corazón y sin huesos, pero con una asombrosa capacidad de adaptación. Han sobrevivido a extinciones masivas que arrasaron con dinosaurios y continúan prosperando incluso hoy, en mares donde muchas otras especies están desapareciendo. Irónicamente, su éxito no se debe tanto a sus propias virtudes como al daño que los humanos hemos causado en los ecosistemas marinos.

La sobrepesca ha eliminado a muchos de sus depredadores naturales, como tortugas y peces luna. La contaminación por nutrientes proveniente de la agricultura y las aguas residuales ha convertido algunas zonas costeras en criaderos ideales. Y el cambio climático, al calentar el agua del mar, favorece su reproducción acelerada. En este contexto, las medusas no están invadiendo nada. Simplemente están ocupando el espacio que nosotros hemos vaciado. La temporada alta de medusas coincide con los meses más cálidos del año, usualmente entre junio y septiembre. El aumento de la temperatura del agua, junto con corrientes marinas y vientos favorables, puede hacer que grandes bancos se desplacen hacia las orillas. En playas del Mediterráneo, por ejemplo, ya es común izar una bandera morada para advertir sobre su presencia, y cada año se destinan recursos públicos para retirarlas o mitigar su impacto en el turismo.

Pero el problema va más allá. Existe también un cúmulo de desinformación sobre lo que sucede cuando una medusa pica. El mito más extendido y aún practicado por muchos es que orinar sobre la herida alivia el dolor. No solo es falso, sino que puede empeorar la situación. También se cree erróneamente que frotar la piel con una toalla o arena ayuda a eliminar el veneno, cuando en realidad esto puede activar más células urticantes. Lo recomendable, aunque menos popular, es enjuagar con agua salada, nunca dulce, aplicar vinagre si se tiene a mano y luego enfriar la zona afectada con compresas frías, evitando el hielo directo. En casos más graves, lo correcto es acudir a un centro médico. La reacción colectiva frente a las medusas suele ser de repulsión, incluso de odio. Son vistas como un castigo natural, como una interrupción del disfrute veraniego. Pero tal vez habría que cambiar la perspectiva. Tal vez deberíamos dejar de preguntarnos por qué hay tantas medusas y empezar a preguntarnos por qué hay tan pocas tortugas, tan pocos peces, tan poca vida diversa en el mar.

Queridos lectores, la verdad es que no están “llegando más” por arte de magia: somos nosotros quienes hemos creado las condiciones perfectas para que proliferen. Menos peces, más contaminación, aguas más cálidas… el mar está desequilibrado, y ellas simplemente se están adaptando. Así que la próxima vez que una medusa arruine tus planes en la playa, en lugar de maldecirla, tal vez convenga pensar en lo que realmente está detrás de su presencia. No es solo una picadura. Es un mensaje. Y lo estamos ignorando. ¿Te ha picado una medusa?

Periodista y conductora

Premio Internacional de

Periodismo Turístico 2022

Otorgado por la OMPT

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