Ahora que los sorprendentes resultados electorales obligan al análisis y la autocrítica desde el realismo político, es importante retomar, aunque sea brevemente, algunos de los muchos ángulos a considerar. Esto ayuda a tener presente el contexto del proceso de este fenómeno multicausal que también incluye tretas anticipadas.

En la valoración no sólo importa el resultado final, sino también la fase previa que revela las intenciones y acciones de participantes pues, como es sabido, hay engaños que inician antes y tienen expresiones posteriores.

Y esto es muy importante debido a que ahora hay quienes, tomando como pretexto resultados a su favor, pretenden consolidar una falsa narrativa con base, entre otros, en estos sofismas: 1) que la elección fue absolutamente limpia y justa, lo cual es falso, aunque se desconozca con precisión la influencia final de las evidentes triquiñuelas; 2) que Sheinbaum y el morenismo cumplieron estrictamente con todas las exigencias democráticas, asunto ficticio si recordamos, tan sólo, las acusaciones de sus propios compañeros y competidores internos; 3) que el presidente no intervino, lo cual resulta indefendible, dado que nunca cumplió con la neutralidad exigible al actuar abiertamente como jefe de campaña de su heredera y de su partido e influir electoralmente, por lo que fue amonestado en muchísimas ocasiones; 4) que gobiernos morenistas han gobernado eficientemente en beneficio de la población, lo cual es inadmisible ante fracasos inocultables en materias como seguridad, salud, educación, deporte, corrupción y migración, entre otras; además de la repetición de conductas de nepotismo, amiguismo, influyentismo, manipulación de programas sociales, etc.; y 5) que los votantes aprobaron, automáticamente, todo lo que han hecho y –también- lo que harán en adelante, como si hubieran ganado una licencia para dejar a un lado la ley y la democracia.

Los números favorecen al oficialismo, aunque esto no desaparece los grandes problemas nacionales como la inseguridad y los asesinatos dolosos –alrededor de 190 mil en lo que va del sexenio-; los casi 300 mil mexicanos muertos por “gestión deficiente” durante el Covid-19; por citar algunos de los llamados muertos de López Obrador.

Estas elecciones fueron las más sangrientas e inequitativas de la historia del país. También es cierto que, desde hace tiempo, existen factores adelantados que la encuadran como elección de Estado, mismos que no fueron superados.

El éxito electoral, a cualquier precio, no exculpa la corrupción y demagogia del presente; aunque, conviene subrayarlo, tampoco las deficiencias, ingenuidades, incongruencias y espejismos de opositores.

Defender la verdad; evitar que se oculte la realidad; denunciar los atropellos y abusos; ejercer la crítica y mostrar la indignación ciudadana debe ser un compromiso necesario y permanente de bien común, sobre todo en estos tiempos donde un gran número de ciudadanos otorgaron su voto al morenismo, y con ello a quienes engañan y practican autoritarismo, populismo y antidemocracia. ¿Ganó México?

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