A estas alturas del gobierno federal, es más que conocida la tendencia autoritaria del Presidente López Obrador, quien insiste en el control y eliminación de los organismos autónomos que sirven de contrapeso en lo que conocemos como sistema democrático.
Pretextando diversas argucias, no puede evitar su molestia por decisiones que no ha podido imponer, por ello se ha dedicado a descreditar al Instituto Nacional Electoral. Particularmente en la cancelación por irregularidades de las candidaturas de Félix Salgado Macedonio –acusado de violencia sexual por cinco mujeres-, y de Raúl Morón, a las gubernaturas de Guerrero y Michoacán, respectivamente.
Recordemos, como ejemplo, una de las declaraciones de Salgado: “Si no se reivindican, se los decimos de una vez, los vamos a hallar a los siete, los vamos a buscar y vamos a ir a ver a Córdova ¿no le gustaría al pueblo de México saber dónde vive Lorenzo Córdova? ¿Cómo está su casita?”.
El Presidente de la República –de todos los mexicanos- no ha actuado desde una posición institucional y prudente, sino como presidente real de Morena; no desde un compromiso democrático de respeto electoral, sino con una clara intromisión para favorecer a los suyos. De hecho, se conoció que en el período de campañas intervino alrededor de treinta veces a través de “las mañaneras”.
De manera obsesiva e inusual, se ha caracterizado como el presidente que más ha intentado desprestigiar al árbitro electoral en su afán por intimidarlo y someterlo. Todo ello, sin importarle la multiplicación de sus contradicciones sobre este y muchos otros temas.
El mismo López Obrador aceptó su injerencia cuando exclamó “¡Claro que sí! Claro que sí!” por –según dijo- no ser cómplice del fraude. ¿Cuál?
Aunque, lo sabemos, como dice una cosa dice la otra.
Esta es la línea y los morenistas la siguen de manera ciega. Se sumaron al linchamiento del órgano electoral: amenazas, mentiras, insultos; en fin, toda clase de acusaciones en nombre de “el pueblo”, al igual que el Presidente. Y ahí destaca Mario Delgado -presidente formal del partido oficial y quien también manejó el dinero en la Línea 12-, señalando que el INE “se quedó atorado en el pasado, aplicando viejas prácticas del PRIAN”, y “se tendrá que pensar seriamente desde el Congreso de la Unión si renovarlo o exterminarlo”.
Habría que considerar, además, las declaraciones del Presidente luego de las pasadas elecciones, mismas que van desde “estoy feliz, feliz, feliz”, a repartir críticas derivadas de molestias inocultables. Lo realmente importante fue que calificó los comicios como libres, limpios e históricos, lo que avalaría el trabajo del INE al cual el Presidente y Morena se dedicaron a descalificar antes, durante y ahora, después de las recientes elecciones ¿Con qué motivos? Pero, la misma Secretaria de Gobernación aseguró que “El INE hizo su trabajo, lo hizo bien como también los institutos estatales electorales”. ¿Entonces?
Y aun más, si las cosas salieron bien y él está realmente feliz, ¿por qué anunció que, entre las tres reformas constitucionales que propondrá, estará la Reforma Política que contempla al INE? ¿No será que aunque dice buscar un INE “reLópez Obrador y Morena contra el INEalmente independiente”, lo que indudablemente le incomoda es precisamente la independencia de este árbitro electoral que aun no logra someter?
Es difícil creer en el discurso presidencial, no sólo por sus visibles contradicciones, sino porque su desmedida ambición de concentración de poder que lo guía, niega cualquier afán democrático, como se comprueba cotidianamente.