Independientemente de que el escritor Mario Vargas Llosa advirtiera en su momento: “me temo muchísimo que el populismo que parece la ideología del actual presidente de México (López Obrador) nos conduzca otra vez a la dictadura perfecta o imperfecta, pero al fin dictadura”; y el expresidente Ernesto Zedillo, en su ensayo publicado en Letras Libres y titulado México: de la democracia a la tiranía, puntualizara que Sheinbaum ha continuado los proyectos lopezobradoristas, y “no cabe duda de que, en el más trascendente de ellos -la destrucción de la democracia mexicana-, la mandataria merece una nota sobresaliente”, y generara revuelo oficialista; lo cierto es que el retroceso democrático en nuestro país es evidente. Los hechos lo demuestran.
Vale la pena mencionar algunos: apropiación y manipulación del concepto “pueblo”, simulación de lucha anticorrupción y falsa superioridad moral; encubrimiento del nepotismo oficialista; eliminación de organismos autónomos, ubicándose como juez y parte; cooptación de instituciones que debían ser independientes; protección de personajes morenistas señalados como corruptos; utilización de la figura presidencial conforme a intereses partidistas; toma del poder judicial y destrucción de su independencia; estrategia de desinstitucionalización; opacidad y ocultamiento de información; evasión de rendición de cuentas; desprecio y manipulación de la ley; eliminación de contrapesos y límites, etc.
Por ello, entre otras cosas, el modelo lopezobradorista tiende a considerarse populista y autoritario. Y, por tanto, también antidemocrático.
Sobre ello, Alejandro Monsiváis Carrillo, en su interesante investigación Populismo, repertorios autoritarios y subversión de la democracia, explica que, como proyecto político, “el populismo amenaza la democracia en la medida en que los gobiernos que pretenden representar al pueblo en su lucha moral contra las élites adopten una política maximalista e intransigente”.
Y puntualiza: “El populismo aporta la estructura narrativa que justifica el asalto a la democracia en nombre de la propia democracia, es la retórica que articula y legitima el repertorio de acciones y tácticas que hacen avanzar, paulatinamente, la concentración del poder en el poder ejecutivo”.
Monsiváis argumenta que “el populismo representa una amenaza para la democracia en la medida en que apuntala el repertorio político de gobernantes autoritarios”.
El triunfo electoral –a veces plagado de trampas y ventajas indebidas, como es el caso- no es sinónimo de buen gobierno ni de infalibilidad, y mucho menos de licencia para hacer con el poder lo que se les antoje -lo que incluye la implementación sistemática e impune de medidas antidemocráticas-, como hemos experimentado.
El tema no es intentar disfrazar o defenderse de lo que es innegable, pues el verdadero problema es la realidad: el retroceso democrático de nuestro país a manos del populismo, autoritario y antidemocrático del lopezobradorismo.