Una de las constantes más importantes durante el año que está por concluir, además de la influencia de Estados Unidos, ha sido la injerencia del demagogo de Macuspana en las decisiones y omisiones del actual gobierno. Y no es que se cuestione el obradorismo de Sheinbaum –que no se ha cansado de mostrar su pertenencia-, sino que se ha comprobado la fuerza del considerado Jefe Máximo sobre su sucesora y el partido en el poder. Claro que también la titular del Ejecutivo ha sido beneficiaria del hiperpresidencialismo que ambos han consolidado.
Al compartir el mismo proyecto, Sheinbaum aceptó la herencia del tabasqueño, incluido el pacto de impunidad por el cual justifica abusos, excesos y transgresiones de personajes impresentables, siempre y cuando mantengan su fidelidad al morenismo, lo cual —hasta ahora— se ha convertido en seguro de impunidad. No han importado señalamientos ni pruebas, siguen en sus cargos; se ha recurrido a la demagogia y a las acusaciones; se ha transitado por contradicciones; se ha negado la transparencia y se ha querido sustituir la rendición de cuentas con propaganda; se ha buscado imponer un discurso oficial tramposo y mentiroso para ocultar el fracaso de la pobreza franciscana y la austeridad republicana, la ineficiencia y los sobrecostos de las mega obras. Todo, guiado por la acumulación de poder, devaluando la verdad en el ejercicio político, como lo enseñó quien tuvo la puntada de nombrar a su período “La Cuarta Transformación”.
Por ello, a sus mentiras sobre la historia nacional —como manipulador que amplía la llamada “leyenda negra”— agregó otras relativas a la negación de sacrificios humanos por parte de grupos prehispánicos, como los mexicas —documentados con muchísimas evidencias, incluso antes de la llegada de los españoles—, lo cual lo convirtió en el hazmerreír de quienes sí saben y han estudiado: historiadores serios e informados —como, por ejemplo, el arqueólogo y antropólogo mexicano Eduardo Matos Moctezuma—, quienes no tienen el afán de hacer interpretaciones falsas y acomodaticias. Recordemos, además, que la trayectoria académica del macuspano no lo hace, en modo alguno, confiable.
López Obrador dijo que “sólo saldría a la calle por tres razones: una, si atentaran contra la democracia (…); para defenderla a ella (Sheinbaum), si hay intentos de golpe de estado, (…); y (…) defender la soberanía de México…”. En ese sentido, ciertamente no necesita salir porque desde su gobierno y, desde donde se encuentra actualmente, ha atentado y atenta contra la democracia consolidando su modelo populista, hiperpresidencialista y autoritario —a través también de Sheinbaum— realizando los fraudes correspondientes, como en la farsa de la elección del Poder Judicial, y la colonización y desaparición de organismos autónomos.
La reaparición del demagogo de Macuspana –el de “Abrazos, no balazos” y el récord histórico de más de 200 mil homicidios dolosos— buscó demostrar que es el Jefe Máximo, no se ha ido, y continua presente con sus falsedades y desvaríos de poder.
Consultor. Doctor en Comunicación, y Ciencias Políticas y Sociales.

