La impunidad con que actúa el morenismo oficialista se caracteriza no sólo por violar reglas democráticas; arrebatar cuando pierde o por la apropiación abusiva e ilegítima; sino -también- por el uso de pirotecnia política como distractor o afán de ocultamiento para evitar cualquier responsabilidad ante las violaciones cometidas. Y todo ello a través del discurso demagógico de la justicia y el bienestar del pueblo; o sea, para la real acumulación antidemocrática de poder para ellos mismos.
Su nuevo poder judicial es ejemplo de ello porque está integrado por adeptos que, en lugar de procurar justicia y defender la Constitución, permanecen y/o llegaron para consolidar el proyecto político-partidista del lopezobradorismo, al cual se deben. Por esto, buscan justificar la tropelía de la cual son beneficiarios.
Así pues, debido a la trascendencia de este hecho antidemocrático -y sus consecuencias-, no se puede subestimar. No es posible quedarse con los pronunciamientos presidenciales que festejan un supuesto ejercicio “inédito, impresionante, maravilloso, democrático”, porque esto, evidentemente, no fue lo que ocurrió. No se tiene que ser juez y parte, ni tapar el sol con un dedo, aunque este sea presidencial.
El aparato oficialista fue desplegado para la distribución intencionada de acordeones electorales, lo que constituye una evidente inducción de la votación que debió haber sido sancionada.
Aseguraron que el voto popular serviría como purificador de lo malo (corrupción y malas prácticas) -y esto, simplemente, no es verdad-; y ahora el morenismo acaba de proponer que se deseche el uso obligatorio de la toga porque, según dijo el senador Antonino Morales, “la toga judicial es un símbolo de la justicia de antes, la de los privilegios y el elitismo”. Y, según este legislador, de particular intelecto: “una indumentaria que no respondió a los intereses del pueblo y, por lo tanto, no corresponde con los nuevos anhelos de la justicia, puesto que se le identifica con la justicia del neoliberalismo, la de la élite, por lo que debe dejar de usarse en el más alto tribunal de la nación”.
Ojalá que en un próximo arranque no proponga la vestimenta de Chico Che, el músico tabasqueño al que recordaba el demagogo de Macuspana en sus mañaneras.
Pero más allá del cacumen privilegiado de estos letrados -con sus cinco minutos de fama, luego de que el polémico Hugo Aguilar, próximo presidente de la SCJN, señalara que no la usaría-, conviene puntualizar que el pretendido uso de trajes típicos de pueblos originarios -per se- tampoco hará al poder judicial autónomo, imparcial y eficiente en cuanto a procuración de justicia.
Eliminar la toga -como símbolo que también representa el compromiso responsable del juez con el profesionalismo, la impartición de justicia y el respeto al estado de derecho-, independientemente de que no es conveniente, no podrá ocultar motivaciones, limitaciones y acomodos que vienen envueltos en cachondeo, ignorancia y demagogia morenista. ¡Vaya nivel!
Consultor. Doctor en Comunicación y en Ciencias Políticas y Sociales