Tampoco era para saberlo en aquel entonces, después de todo la vida llevaba su agenda y sus partituras, había un mañana, un relato que seguir, como si los pasos o los días, piedras por cruzar entre ríos insospechados, caminos a la eternidad, paradoja que otros llaman mar, tampoco había tiempo para el reparo o el reposo del presente porque en aquel entonces el presente era estrecho, un par de calcetines, un fingido almuerzo, la estación universitaria y las lluvias del verano que adelantaban noches de insomnio con la duermevela y la página en blanco, el alma a medio contar, la biblioteca interior en obra negra sobre estantes por llenar, el amor a destiempo y los sueños bañados al sol, tampoco era para mirarlo de cerca porque entonces todo era prefacio, notas salpicadas por la imaginación, aquí o allá, mariposas o palomas de tinta azul o sepia entre las yemas, el ímpetu dos tallas más grande que el esqueleto que no terminaba de serlo, faltaba sopa, sobraban letras, el lápiz era libre sobre las hojas.

También era compañía, accesible, ameno, voz estremecida guardada para los momentos de soledad, esa metafísica, libertad, lo que se llama vivencia cuando la existencia era mirada franca y castaña, delicia, impulso al escape, a la otredad, mundo aparte, parte del mundo, Stefan Zweig, paciente bóveda para entender aquella que entonces, inocentemente, se llamaba realidad, sombra y luz, aliado del bolsillo del primer saco azul marino que hablaba en la antorcha del oído, era cierto, entonces, que todos llevamos una librería en la portezuela del corazón, también Zweig era el corazón, el velo que cubría y descubría el y al azar, la grandilocuencia de la sencillez, el artífice y centro delantero de la creatividad, significado de la peregrina amistad, recuerdo del futuro, ahora que ha sucedido ya, este estanque de lágrimas de agua posdata, espera sin reclamos en el otoño grácil del atardecer, había, entonces, autores del canon, palabras en reverente mayúscula, Homero, Virgilio, Shakespeare, Dante, Goethe o El Libro de los Libros, otros más cercanos a la vida en la entraña del metro o del autobús, compañeros de ciudad, de smog y de la apurada prisa, Dostoievski, Mann, Dickens o Balzac, también allí estaba, generoso y pendiente Zweig, admirador de grandeza cuando el mundo se volvía ayer en medio del hastío, medio y en medio del camino, surtidor de pistas, candor y canto, abrazo, también entonces cordialidad, maestro, dador de dones, madera del aliento, roca que da sentido a la marea, también cercanía, fraterna fábula sin moraleja, Hacedor del viento y cronista de un continuo final.

Tampoco o también era de esperarse esta rutina de superchería, cháchara o chismorreo en la que la especie se arruina en caracteres o en flechazos del egoísmo más pueril y artificial, también y tampoco podía esperarse algo más de una humanidad siempre inacabada, siempre domesticada por el valor del uso y de lo usado en el que todo es desechable, el instante como moneda de valor de cambio del espíritu efímero del clic, en el que solamente importa el vistazo, el escándalo que espera otras innumerables banalidades; orfebrerías de la ganga.

Zweig nunca termina, como nunca se van los portavoces del ser. A la biblioteca, porque Zweig es un libro de libros, se suma ahora la publicación en español de sus “Leyendas” reunidas por Arpa Editores. Vale la pena agregarlo al GPS de la biblioteca interior.

Google News