Con los héroes, la vida de los hombres efectúa el primer paso fuera del límite.
Para formar parte de la logia heroica, hay que ser iniciado en una doctrina ajena al resto de los mortales. El héroes es un sonámbulo seducido por el polvillo mágico que le hace entenderlo y vencerlo todo.
Cincuenta remeros se embarcaron en la nave de Argos desde el puerto de Págasas. Los Argonautas, cuyo capitán y medio creativo era Jasón, buscaba el Vellocinio sagrado que se encontraba colgado de un árbol en árbol en el bosque de Ares, en la Cólquide y al que cuidaba un dragón que no dormía de noche ni de día.
En el camino se desembarcaron en la isla de Lemnos, en donde sedujeron a las mujeres, quienes habían asesinado sus amantes y a sus maridos. En samocracia fueron inciados en los misterios de Perséfone. Luego fundaron los anuales Juegos Sísicos en la entrada del Helesponto.
Desafiados por Heracles, los Argonautas realizaron una competencia para ver quién era capaz de aguantar más tiempo remando. Después de muchas horas de esfuerzo, quedaron Jasón, los Dioscuros, Pólux y Cástor, y Heracles. Ninguno de los pasajeros se imaginó que estaba inventando una disciplina que los futuros incluirían en otra forma de los Juegos Olímpicos, ya que los dioses y los héroes se habían ido en la lontananza de los siglos. De hecho, tampoco se imaginarían que en Olympia se desarrollaría una forma de los Olímpicos en la que las carreras y las cuadrígas serían las pruebas reinas. Eran tiempos en los que todo estaba por recordarse; es decir, por conocerse. Jasón y Heracles serían, después, recordados como los anteriores a Odiseo, el hombre que encontró en el mar las vallas para volver a casa.
Al final, solamente se mantuvieron Heracles y Jasón, sentados en los lados opuestos de la nave. Cuando regresaron a la desembocadura del río Quío, Jasón se desmayó. Luego se partió el remo de Heracles, quien miró con asco a sus cansados compañeros.
En la isla de Bébricos, Pólux venció en el pugilato al rey Ámico. Le rompió la guardia y le aplastó la nariz con un recto de izquierda. Con un volado de derecha le rompió los huesos de la sien y lo mató al instante. El boxeo formaría parte de las ediciones modernas y sería uno de los deportes más genuinos del programa de los mortales: en 1960 una manera pulida de Pólux se convertiría en campeon de los semipesados, se llamaría Cassius Clay, el profesionalismo le llamaría —por mil razones— Muhammad Ali.
Ya sin Heracles, el Argo navegó más allá del país de las Amazonas y llegó al Cáucaso. En la Cólquide se encontraron con el inmortal dragón de mil anillos más grande que la nave misma. Jasón, ayudado por Medea, apaciguó al dragón con encantamientos y gotas soporíferas.
Después desató con cautela al Vellocinio y todos los tripulantes de la nave corrieron al lugar en el que estaba atracado el Argo. Los Argonautas volvieron a Tesalia por la ruta del Mar Negro, aunque otros dicen que fue por el Danubio. Más tarde pusieron el nombre de Argos a un puerto en la isla de Elba.
El héroe es un sonámbulo seducido por el polvillo mágico que le hace entenderlo y vencerlo todo. Jasón, dando tumbos entre el dolor y la fortuna, entre la desgracia y la tragedia, entre la inmortalidad y la penuria, entendería todo, todo cuando ya los hombres en el devenir, ese río que otros llaman tiempo, habían recordado un nombre parecido al Argonauta, el que remaba entre la razón y la locura, entre lo profano y lo sagrado.
Un héroe es un paso fuera del límite; una huella fuera del margen. Llegan los nuevos tripulantes.