No faltará quien caiga en el drible: Si el Cruz Azul gana la final al América el próximo domingo, habrá un nuevo microrrelato en los cierres de campañas por la presidencia de la República anunciados para media semana.

Tras un largo partido —con largos y frecuentes ratos de tedio y bostezos— entre la candidata oficial, Claudia Sheimbaum, y la opositora, Xóchitl Gálvez, la llamada recta final del calendario electoral puede resultar entretenida aunque la narrativa no cambie el marcador final del plebiscito del 2 de junio, en el que el candidato Máynez juega de abanderado en el tiro de esquina.

Hecha y derecha hincha del Cruz Azul, Gálvez ha dicho —desde la semana pasada, cuando su equipo logró el pase a la final sobre el Monterrey— que ganará con los colores azul y blanco bien puestos en la espalda y en el pecho. Se refería, desde luego, al cuadro cementero. No al de Acción Nacional, uno de los tres emblemas que la postulan para llegar Palacio Nacional, y en cuyos gobiernos alineó sin ser fichada entre sus filas.

Hay algo más que pelota en el relato de esta lucha por el campeonato de Apertura. Algo, si se quiere, esotérico. El balón como Mercurio retrógrado en los linderos de las porterías del divido alarido del respetable.

Juego de ida:

Una eventual victoria americanista terminará en una aberración de lenguaje: será la premonición de una cruzazuleada de la aspirante disidente. Señal inminente de la derrota en las urnas de Xóchitl, incansable medio de contención que llega, como el Cruz Azul, segunda en la tabla de posiciones y en los momios de las apuestas que pagan tres a uno a la remontada opositora. Será un coloquial agregado futbolístico de la Visión de los Vencidos: ¡Gálvez, el ya merito! ¡El arroz está ha cocido! ¡La Cuarta va!

Paradoja de medio tiempo:

El América —el cuadro de Televisa— como emblema del tarot del orden establecido. Las Águilas como símbolo prestado del poder en turno. En la cancha, máximo coleccionista de logros y atributos; en el esquema semántico del debate político ave de tempestades: ódiame más, que me hace tu rencor… feliz. Equipo de masas; percha en la que se reconcilia la lucha de clases: heráldica de millonarios y de la clase obrera y popular. Fervor que no se crea ni se destruye: se transforma.

Juego de vuelta:

Un posible —posible, de verdad— triunfo azul revitalizará el slogan de propaganda de la clase media urbana, que tanto repele el presidente: la ciudad derechizada y altiva cantando gol en el Ángel de la capital. Victoria sobre doce: el rival y el árbitro.

Trabajarán, trasnochados, en el cuarto de guerra de la campaña opositora sobre los últimos renglones del posicionamiento mediático: ¡Se rompió el maleficio! ¡Por fin! ¡¿Si La Máquina pudo, Xóchitl también?! ¡El Rosa es Azul! ¡Nos vemos el domingo! ¡No fue partido de trámite, Claudia! ¡Vamos por el tercer partido! ¡Ganó el Azul, ganará México!

Este domingo por la noche, justo una semana antes de se den a conocer los primeros resultados preliminares de las elecciones federales del 2 de junio, comenzará a escribirse un nuevo (y efímero) discurso proselitista: la tribuna y las calles jugarán al humor y a la picardía de la extracancha.

Ojalá sea divertido, porque el largo lunes del día después parece tan macabro como el humo de la fábrica a las cinco de la mañana.

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