En 1830, Eugene Delacroix pintó un lienzo único, que es a la vez periodismo y arte. Testimonio por los cuatro costados.

La libertad guiando al pueblo es resistencia y violencia; paradigma y sello. Para Delacroix la belleza es la única Revolución posible e incorruptible. Contra el desplante absolutista que impedía la libertad de prensa de Carlos X, el artista hace conducir el destino de Francia en la figura de una mujer de perfil hermoso y brazo altivo.

La libertad como ambición y como camino. Guía y destino. Cuarenta y un años antes, en 1789, París convulsionó la vida política con una revuelta de gran escala que repercutiría en todo el mundo hasta los días actuales en los que las mujeres han emprendido una batalla —sobradamente justa— por la igualdad, la fraternidad y la libertad.

Cinco años antes de que naciera Eugene, murió en la guillotina una de las más grandes luchadoras por la igualdad: Olympia de Gouges (seudónimo de Marie Gouze), quien en 1791 escribió una obra de urgente revisión: “La declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana”. Hija de una comerciante de telas y de un comerciante de carne, Gouges se casó contra su voluntad a los 15 años. Pronto quedó viuda y se prometió no volver al matrimonio: en el que encontró “el sepulcro de la confianza y del amor”. Cultivó entonces la literatura y el teatro. Defendió la integridad de los esclavos negros y levantó la voz por el sufragio femenino en un ambiente plagado de posturas masculinas.

Cuando Olympia tenía siete años, nació en Viena la futura dueña de los episodios, María Antonieta, futura esposa de Luis XVI. Escribiría, después, Stefan Zweig: “¡Con qué arte, en qué inmensidad de impresionantes dimensiones universales, introduce la Historia, en su drama, a esta criatura media!”. La historia de Olympia, de María Antonieta y de la Libertad de Delacroix estaba ligada: colmena de figuras femeninas. Veinte días separan las condenas sumarias entre María Antonieta y Olympia: la primera guillotinada el 16 de octubre, la segunda, el 3 de noviembre. Los dos casos en 1793.

El arte, la política y la alegoría llevaban un hilo persistente y hoy perceptible. De Gouges era un huracán, Antonieta de Austria, un temporal, y la Libertad de Delacroix, un signo de tiempos que vendrán: la mujer tiene derecho de subir al cadalso —diría Olympia—, pero también al lugar de los oradores.

Zweig dice que Antonieta buscaba un destino extraordinario, en medio del peligro, como exigía Nietzsche. Y sí, fue posible. Como la lucha de Olympia de Gouges, quien escribió: “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta. Por lo menos, no le privarás ese derecho. Dime: ¿qué te da derecho sobreano para reprimir mi sexo?: ¿tu fuerza? ¿tus talentos?”.

Olymplia murió sin ser reconocida como una de las precursoras del sufragio femenino. María Antonieta —la inteligencia que se fomentaba distrayéndola— dio fama al Terror.

Delacroix escribió poco antes de morir: “El mérito de una pintura es producir una fiesta para la vista. Lo mismo que se dice tener oído para la música, los ojos han de tener capacidad para gozar la belleza de una pintura. Muchos tienen el mirar falso o inerte; ven los objetos, pero no su excelencia”.

Pocos saben de Olympia Gouges, pero es la autora de un tiempo que conduce hacia la libertad. Edith Stein —la deslumbrante Edith Stein— lo dejó en claro: “Hay que reencontrar la paz. Es cuestión de un instante. Cada una debe conocerse lo suficiente para saber por qué medio debe restaurar en sí la calma”.

Twitter: @LudensMauricio

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