En la mañana del 11 de septiembre de 1973 los chilenos se levantaron con las malas noticias que provenían de Valparaíso. Durante la madrugada se había producido un extraño movimiento de militares. Los locutores de Radio Magallanes informaban de un inminente atentado contra la endeble democracia del país. Antes de las ocho de la mañana, el presidente Salvador Allende se alistó para llegar al Palacio de la Moneda y diseñar un plan de respuesta política a la amenaza de las fuerzas armadas. Aquel sería su último día. No lo sabía. Antes del mediodía se suicidaría dentro del Palacio, el que ocuparon los militares poco después.
Hace medio siglo, la dictadura de Augusto Pinochet profundizó la polarización en la vida pública chilena. División que pervive hasta hoy.
El 19 de septiembre, después de ser torturado salvajemente en las mazmorras del estadio Chile, fue encontrado el cuerpo de una de las voces más populares y respetadas de Latinoamérica, Víctor Jara, quien se convertiría desde aquella terrible jornada en un emblema de la resistencia contra las dictaduras del Cono Sur. Jara había sido detenido el 12 y conducido a una improvisada cámara de tortura. Su cuerpo presentaba fracturas en las manos y más de 40 impactos de bala. El 16 ha quedado como fecha oficial de su muerte.
Una semana después, el 23, falleció el poeta esencial y ganador del Nobel (1971), Pablo Neruda. Las sospechas sobre la muerte de Neruda (quien tomó el apellido del poeta y escritor checo Jean Neruda, muerto en 1891 y a quien leyó desde muy joven) acompañaron el relato del misterio durante casi 50 años. En febrero de este año, el sobrino del autor de “Canto general”, Rodolfo Reyes, aseguró al diario madrileño El País que Pablo había sido envenenado durante su convalecencia en la Clínica Santa María, de Santiago. Aquel 73 fue trágico para el mundo de la cultura. Murieron tres Pablos: el poeta Neruda, el violonchelista Casals y el pintor Picasso.
La persecución del régimen de Pinochet no perdió tiempo. Desde aquella mañana del 11 de septiembre, miles de “enemigos” fueron encarcelados, torturados y desaparecidos. Los militares reprimieron la libertad de expresión, la de prensa y la libertad en todas sus manifestaciones. Intelectuales, actores, deportistas, periodistas y líderes políticos fueron reprimidos con despiadada crueldad. Como en el caso de decenas de miles de aprehendidos, la casa de Neruda —ferviente apasionado del plan cultura de Allende— fue intervenida por los milicos, quienes no perdieron la oportunidad de destrozar su valiosa biblioteca. Durante sus funerales fueron capturados varios miembros del Partido Comunista chileno; de algunos de ellos no se supo su paradero.
El viejo estadio Chile hoy se llama Víctor Jara. En uno de sus vestidores fue torturado— junto con otros cientos— el poeta del pueblo. Quince días después del Asalto a La Moneda, la selección chilena viajó a la Unión Soviética para enfrentar el primero de dos partidos de eliminación al mundial de Alemania 74. Empató a cero. Las torturas siguieron. En el estadio Nacional debió jugarse el duelo de vuelta. La URSS se negó a jugarlo como protesta a la represión. Ninguno de los inspectores de la FIFA quiso darse cuenta de lo que sucedía con los presos políticos. Ante casi 20 mil simpatizantes del régimen y sin rival, el 21 de noviembre la selección chilena venció 2-0 a los soviéticos, en una de las estampas más vergonzosas de la historia del futbol.
Escribió el escritor italiano Curzio Malaparte en un libro emblemático sobre Mussolini: “Los dictadores burgueses, en el fondo, son todos lo mismo y tienen la misma enfermedad, una enfermedad cuyos síntomas se hicieron presentes en ellos, pero de los cuales no sufren: son los pueblos los que los sufren”.