Cuenta Enrique Krauze en La biografía intelectual de Daniel Cosío Villegas que éste concibió en definitiva la idea del Fondo de Cultura Económica mientras se encontraba en España, hace 90 años.

Villegas —nacido en 1898— programa para mayo de 1933 su regreso a México.

El regreso, aunque doloroso “tuvo su saldo positivo, no sólo en términos de libertad que, al parecer el bien mayor al que personalmente aspiraba, sino de su prestigio dentro del mundo académico español y norteamericano”.

En Un tramo de mi vida, el también fundador de El Colegio de México, narra:

“Regresé bien alicaído a México, en parte porque no pude quedarme en España más tiempo (…) Pero mi alivio fue instantáneo, pues al relatar a mis amigos mi fracaso, de todos ellos brotó la resolución de que, si los españoles se negaban a embarcarse en la empresa, nosotros lo haríamos. ¿En qué forma? ¿Y con qué recursos? ¡Ya veríamos!, dijimos sin vacilar.

Lo primero que definieron fue que la empresa no podía ser lucrativa, puesto que nuestro empeño era educativo.

Los libros, por su puesto tenían que producirse comercialmente, es decir al más bajo costo posible, y debían venderse también comercialmente. Es decir, a un precio que permitiera recuperar costos de producción y distribución, más una utilidad razonable”.

La utilidad no iría a parar con nadie, sino que se invertiría íntegramente en aumentar constantemente el capital.

Gonzalo Robles, amigo entrañable de don Daniel, ayudó a conseguir dos fideicomisos de la Secretaría de Hacienda.

Uno del Banco de Londres y México y otro del Nacional Hipotecario de Obras Públicas.

En abril de 1934 nació el Fondo de Cultura Económica. “Antes, cuenta Cosío, cometí una serie de disparates traduciendo mal del inglés el mismo nombre de nuestra empresa, porque en inglés debió llamarse correctamente Trust Fund for Economic Learning y yo traduje governing board, como Junta de Gobierno”.

La generosa empresa editorial de don Daniel tenía que superar varios problemas sociales: los bajos salarios de la población económicamente activa; los altos niveles de analfabetismo y, algo práctico: la ausencia de librerías.

En 1944 existían en México 70 librerías fuera del Distrito Federal. O sea: una por cada 280 mil kilómetros cuadrados.

En Querétaro había una para 254 mil habitantes. En 12 entidades federativas faltaba un lugar de venta de libros.

El FCE tuvo que batallar mucho para que los libros que traducía y producía llegaran a estos lugares de la República. Dinamarca —dice don Daniel con cierta premonición— contaba en ese entonces con una librería por cada 6 mil habitantes; México, una por cada 132 mil.

Las generaciones nacidas en la segunda mitad del siglo gozaron de una incalculable cantidad de títulos publicados por el Fondo en sus diferentes sellos. La intención editorial fue que los mexicanos más necesitados de conocimiento tuvieran acceso a los grandes pensadores antiguos y modernos.

Pero hoy el esfuerzo de don Daniel sufre un revés.Datos del INEGI revelan que en 2023, la población lectora (mayor de 18 años) es 12.3% menor que la de 2016; ocho de cada 10 mexicanos de entre 18 y 34 años han leído un libro, pero el número se reduce entre los que tienen 65 y más, seis de cada 10. También hay una desigualdad de género: 35% de las mujeres alfabetas se dicen no lectoras.

Han sucedido 90 años desde que don Daniel dio forma al FCE.

Hoy, con la 4T y encabezado por Paco Ignacio Taibo II, el organismo ha reducido su producción, sus traducciones y ha limitado su acervo de venta.

Se ha convertido en un organismo ideológico y de propaganda política.

Dijo Gabriel Zaid: Daniel Cosío Villegas merece nuestro homenaje porque supo ver que era más universitario trabajar por la patria del público lector, esa otra vida pública que pasa por la imprenta.

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