Hace unos días, durante una clase, una de mis alumnas rompió en llanto. Se veía visiblemente agotada, estaba distraída y tenía un fuerte dolor de cabeza. Me acerqué a platicar con ella y me contó, muy angustiada, que su hermana es paciente de cáncer en etapa terminal y que ella se ha estado haciendo cargo de su cuidado, el de sus padres y el de sus sobrinas, hijas de su hermana.

Esta es una historia común en México, donde miles de personas, principalmente mujeres, son destinadas a asumir una enorme responsabilidad: cuidar de alguien más. Este trabajo informal, que se realiza sin prestaciones ni salario, representa una de las expresiones más naturalizada de la desigualdad que prevalece entre mujeres y hombres.

Las mujeres cuidadoras realizan esta labor sin contar con una capacitación formal, sin el apoyo de las instituciones del Estado, sin contención emocional y, muchas veces, poniendo en riesgo su salud física, su estabilidad emocional y su situación económica. De las cuidadoras se espera sacrificio absoluto, abnegación y la postergación de su proyecto de vida.

La paradoja del cuidado es que, cuanto más se desgasta quien cuida, más se afecta la calidad del cuidado que proporciona. Cuando la cuidadora no cuenta con redes de apoyo familiar, comunitario ni institucional, terminan perdiendo ella y las personas que dependen de ella.

Este trabajo vital no solo es poco valorado, en muchos casos es totalmente invisible. En una sociedad como la nuestra, en la que se mide el valor de las personas en términos económicos, el trabajo de cuidado no remunerado se considera una obligación, y no como una labor que merece ser compensada.

El llamado síndrome de burnout o de desgaste, es una condición seria que afecta a quienes se ven atrapadas en situaciones física y emocionalmente desgastantes, como es el cuidar de otras personas. El burnout es consecuencia del estrés constante, prolongado y sin pausa.

Las cuidadoras experimentan un agotamiento profundo, tanto físico como emocional. No se trata solo de estar cansada. Se trata de no poder dormir por la carga mental que implica tomar la decisión correcta, de no tener tiempo para distraerse y descansar, de posponer proyectos, de sentir el abandono de la familia y de descuidar cosas personalmente importantes como son el trabajo, la escuela y la pareja. Muchas cuidadoras experimentan impotencia, culpa y miedo, así como aislamiento, abandono y falta de apoyo de quienes evitan asumir su corresponsabilidad en el cuidado.

El gobierno federal y los gobiernos estatales deben realizar todas las acciones necesarias para disminuir la brecha de desigualdad entre mujeres y hombres, implementar políticas públicas que garanticen a todas las cuidadoras acceso a una compensación justa por el trabajo que realizan así como atención integral para proteger su integridad física, económica y emocional.

Cuidar a las cuidadoras es tarea del Estado.

Titular de Aliadas Incidencia Estratégica e integrante de la Red Nacional de Alertistas.

FB: maricruz.ocampo

Twitter: @mcruzocamp

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