El senador de Movimiento Ciudadano, Samuel García, compartió en Instagram una conversación con su esposa en la que de manera grosera expresa algo que con frecuencia escuchan las mujeres, “estás enseñando mucha pierna” y “me casé contigo pa' mi”. Esas frases resumen una de las formas más naturalizadas de violencia contra las mujeres, la violencia simbólica y el derecho de propiedad que un hombre, con frecuencia su pareja, asume sobre su cuerpo.
La respuesta a los comentarios machistas del senador, que él justificó como “broma” me sorprendió. En un país en donde la violencia contra las mujeres —piropos, celos, bromas hirientes— está tan naturalizada, la respuesta a los dichos del Senador me lleva a pensar que, poco a poco, el discurso feminista que promueve los derechos humanos de las mujeres y la erradicación de la violencia en todas sus formas, ha hecho mella no solo entre la juventud, tanto en mujeres como en hombres, sino también entre los actores políticos.
Hace ya casi un año el presidente municipal de Corregidora, Roberto Sosa, separó de su cargo al coordinador de giras, Carlos Alberto Echeverría, debido a sus comentarios misóginos en contra de Beatriz Gutiérrez Müller. Más recientemente, Raúl “N”, integrante del PAN y suplente del diputado Federal Felipe Macías, fue denunciado por abuso sexual de una mujer, cuando ella era menor de edad, lo que, de acuerdo con Agustín Dorantes, ha llevado a su partido a proceder con su desafiliación.
La violencia simbólica, esa expresión por cualquier medio público o privado, de mensajes, estereotipo, signos, valores e ideas que transmiten, reproducen, justifican o naturalizan la subordinación, desigualdad, discriminación y violencia contra las mujeres está entretejida en la sociedad mexicana a tal punto que las representaciones culturales, como el arte, el teatro, cine, televisión y los chistes y bromas que la incorporan pasan prácticamente desapercibidas. Por lo mismo, porque es difícil identificarla y nombrarla, la violencia simbólica puede ser mucho más difícil de erradicar.
El senador García humilló a su esposa de una manera muy pública. Su comportamiento me hace cuestionar cómo actuará en lo privado. Si bien el senador ofreció una “disculpa” a su esposa, su mensaje para ella me pareció todo menos eso.
Más bien, fue un acto de oportunismo político de un servidor público que quedo atrapado con los dedos en la puerta. Su agresión a su esposa, en una red social con público en vivo, hizo gala, no de la fuerza física que con frecuencia se asocia con la violencia, sino de una imposición de su poder y autoridad sobre ella y su cuerpo. Acciones, que con frecuencia son tan sutiles que se aceptan como normales por costumbre, tradición o por simples prácticas cotidianas por un importante sector de la sociedad.
Hoy aplaudo a los y las jóvenes de México que reprobaron duramente la conducta del enador Samuel García. Aplaudo su indignación y su entereza.
¡Bravo jóvenes! Nuevamente nos ponen en ejemplo.